Lágrimas, muchos nervios han marcado las actuaciones de los participantes en la gala final de Eurovisión, en la que han convivido ritmos electrónicos, pop, góspel, y de inspiración regional con la excentricidad que marca al festival.
La emoción hasta llegar a las lágrimas ha sido una de las constantes de las actuaciones. No la han podido esquivar ni los españoles Amaia y Alfred -que sin embargo sí se resistieron a la tentación del beso final-, la lituana Leva Zasimauskaité, a la que abrazó su marido sobre el escenario, las portuguesas Cláudia e Isaura, o el alemán Michael Schulte.
Superados los doce primeros aspirantes, la emoción dio paso a los ritmos vertiginosos, coreografías medidas al milímetro y hasta gritos en la sala de prensa cuando el checo Mikolas Josef dio su voltereta, algo impensable hace trece días, cuando en su primer ensayo sufrió una caída al intentar la acrobacia que le llevó a un hospital de Lisboa.
Y mientras vibraban quienes seguían la ceremonia en el Altice Arena -y en el centro de la capital lusa, en el Eurovillage situado en la céntrica Praça do Comércio, donde hubo pantallas gigantes-, el festival fue desplegando juegos de luces, efectos e incluso fuego en una peculiar mezcla en la que se sucedía lo lento, lo frenético, e incluso el homenaje. Por ejemplo, el que recibió Lys Assia, primera ganadora del festival de Eurovisión y que falleció el pasado 24 de marzo a los 94 años en su Suiza natal.
El recuerdo a Assia fue un punto de inflexión entre colores y sonidos que pugnaron entre la balada de Lituania, lo casi folclórico de Moldavia, las figuras de gatos chinos de la israelí Netta o las reminiscencias a Beyoncé de la chipriota Eleni Foureira, que revolucionó al público del estadio.
Difícil que la gala fuese más ecléctica, pese a que pretendía sencillez amparándose en la idea del Océano Atlántico como punto de unión entre culturas, y ha acabado por mostrar artistas emergiendo de pianos convertidos en ataúdes, artistas corriendo por la pasarela entre fogonazos e incluso cacareos.
Todo para derivar en una locura «in crescendo» en la recta final que inició Netta, prometiendo que no es juguete con su tema «Toy», momento a partir del cual los aplausos empezaron a ser atronadores.
La que ocupa la segunda plaza entre los favoritos abrió la veda que siguió la chipriota Eleni Foureira con «Fuego», todo un reto para la capacidad pulmonar de quien lo interprete y baile al mismo tiempo y que es, según las casas de apuestas, quien tiene más posibilidades de ganar.
No había nada que hacer, la fiesta ya había estallado en el Altice Arena cuando el tercero en discordia por la gran corona, el irlandés Ryan O'Shaughnessy, entonaba su balada «Togheter» sobre el amor homosexual.
Tampoco cuando los italianos Ermal Meta y Fabrizio Moro presentaron su homenaje a las víctimas de atentados yihadistas, «Non mi avete fatto niente». Eurovisión ya había gastado los nervios y, de paso, también las lágrimas.