Convertido en un ángel de esperanza para millones de indios, el filántropo Vicente Ferrer falleció a los 89 años tras dedicar durante casi cuatro décadas su férrea voluntad y utópica rebeldía a algo que muchos consideran imposible: acabar con la pobreza en la India.
Cuando llegó al país asiático, un cartel colgado de una pared desamparada de la que después sería su casa de Anantapur rezaba: «Espera un milagro». Y con él, el milagro llegó. Esta casa, en la que falleció rodeado de los suyos, se convirtió en el cuartel general de una ONG que cubre 2.278 pueblos en el estado de Andra Pradesh y beneficia a 2'5 millones de personas. Para construir este espacio humanitario dignificó a la población «dalit» o intocables con un espíritu indomable que jamás dio su brazo a torcer.
Nacido en Barcelona. Durante la Guerra Civil fue llamado a las filas republicanas como parte de la «Quinta del Biberón» con la que participó en la batalla del Ebro. Pronto se manifestó su fervor religioso y su entrega en la lucha contra la pobreza. En 1944 ingresó en la Compañía de Jesús y ocho años más tarde llegó a la India. Su destino fue Bombay, pero en su primera misión ya empezó a mezclarse con las gentes e idear proyectos para solucionar el abastecimiento de agua, una de las tragedias del campesinado. La construcción de un hospital, dos escuelas y el apoyo entre los lugareños le granjearon la enemistad de los radicales hindúes y la suspicacia de las autoridades.
Tanto fue así que en 1968 fue expulsado del país. Pero un año después volvió. La propia Indira Gandhi ordenó que le concedieran el visado y empezó su carrera de fondo en Andra Pradesh, el único estado que lo acogió.
Abandonó los Jesuitas en 1970, contrajo matrimonio con la periodista Anne Perry, y fundó el Fondo de Desarrollo Rural sostenido por la Fundación Vicente Ferrer. Durante la década de 1970 seguía presionado, pero el proyecto ya estaba en marcha y creó una red solidaria que obró el milagro en Anantapur.
El inacabable abanico de programas desplegados por su ONG es tan abrumador que se ha ganado el reconocimiento de las autoridades indias y de la comunidad internacional.
El Premio Príncipe de Asturias a la concordia es sólo uno de los muchos galardones con los que se ha distinguido su labor. Ayer, su fallecimiento sumió en la tristeza al mundo de la cooperación y fueron numerosas las muestras de consuelo que llegaron a la familia desde muy diferentes ámbitos. Entre ellas, la de los Príncipes de Asturias que se refirieron a este indomable luchador como «un estímulo de esperanza y un hombre firmemente comprometido contra la pobreza». El presidente Zapatero también envió un telegrama en el que se refirió al filántropo como «símbolo de solidaridad».
A partir de ahora, su mujer y su hijo continuarán su obra pues, como dijo ayer su viuda, «él no se ha marchado, vive en cada rincón de Anantapur y en cada parte del trabajo en las aldeas».