Miércoles, 11 de marzo de 2020: «COVID-19 puede caracterizarse como una pandemia». Las palabras del doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la Organización Mundial de la Salud, marcaron el inicio de un camino nada tranquilizador a lo desconocido. «La OMS ha estado evaluando este brote durante todo el día y estamos profundamente preocupados tanto por los niveles alarmantes de propagación y gravedad, como por los niveles alarmantes de inacción». Dos años después, se han registrado 258.195 contagios en Balears, han fallecido 1.234 personas pero la vida de toda la población y en todos los ámbitos entró en una vorágine de la que todavía hay consecuencias.
El Consejo General del Poder Judicial acordó la suspensión total de la actividad en los juzgados dejando servicios mínimos. La decana de Palma, Sonia Vidal, señala uno de los primeros inconvenientes con los que se toparon fue que «no se considerara precisamente como servicio mínimo el registro de nacimientos». En el confinamiento, los registros civiles junto con los contenciosos los que más trabajaron, «también el servicio de guardia, pese que en aquel momento la delincuencia bajó notablemente». Tras dos años, «creo que todo se ha puesto al día, el tema es que ahora sube el nivel de trabajo y conflictividad en todas las jurisdicciones y tenemos menos medios. La saturación y el agotamiento no dan una buena perspectiva para los próximos meses», añade Vidal. En los juzgados todavía se mantienen las limitaciones de acceso a los edificios. «Gracias a las medidas, pese a los inconvenientes, la actividad judicial se ha llevado sin incidencias y con un índice de contagio bajísimo», concluye la jueza decana.
A Glòria Forteza-Rey, de Embat Llibres, la pandemia y el posterior estado de alarma «me cogieron a contrapié, como a todos». Cuenta que estuvieron diez días en shock «hasta que reaccionamos y decidimos volver a la librería dentro del desierto de la ciudad, una situación que espantaba». Abrían con la barrera bajada y preparaban comandas. Era el momento de aliarse con lo digital. «Actualizamos la página web y hacíamos campañas en redes, la respuesta fue buena», recuerda.
El desconfinamiento llegó con precaución, citas previas, domicilios y tímidas medidas sanitarias... para este sector, que vivió en verano «la celebración de Librerías a la fresca como un revulsivo». Han pasado dos años y seis olas de contagios pero la normalidad no ha vuelto del todo a Embat donde «esta semana acabamos de rescatar a una persona del ERTE», explica la propietaria. Marina Ferragut es pescadera en el mercado del Olivar. Allí ha vuelto el trajín de clientes pero no el mismo nivel de ventas. «El confinamiento fue duro, no se quería salir a la calle y no venía nadie. Tuvimos que hacer repartos a domicilio y tirar de redes sociales. Las ventas bajaron, y aquí sólo abríamos cuatro o cinco puestos». Marina recuerda meses «de no ganar, de sólo aguantar».
La situación está más normalizada pero dista de la prepandémica. «Hemos perdido la clientela de los barcos de otros países que venían a cargar en verano, decían que este año podría recuperarse pero con la guerra...». Su lamento se repite en otros sectores. Los alimentos están caros y la gente tiene menos dinero. Así lo ve Elena Abat, propietaria del Cafè Sucre en calle Sant Miquel. La incertidumbre, dice, es la peor enemiga de un negocio y todavía no ha desaparecido. Empezó con el confinamiento: «la cosa se alargaba, los ahorros bajaban, las ayudas no llegaban... Fue muy angustiante». Pero la sensación ha ido como un carrusel para un colectivo que ha tenido que cerrar en varias ocasiones y trabajar con el BOIB en la mano. «Ha sido un aprendizaje diario de normas y restricciones que desgasta psicológica y económicamente». Su facturación ahora es «poco más de la mitad que antes por lo que habla de «recuperación pero no normalidad». La transportista Laura Rodríguez dejó de trabajar cuatro meses con «muchos gastos y cero ingresos». Ahora tiene más trabajo pero no se está sobreponiendo. En su día recibió una ayuda «que no era suficiente». Por suerte, su marido, también autónomo, pudo recuperar empleo y ayudar a la familia a superar la situación.
El sector del taxi «lo vivió fatal», asegura José Polo. «Sólo podíamos trabajar un día pero cuando te tocaba facturabas 30 euros», fueron meses sin ingresos, pagando el autónomo y con pocas ayudas. «No bastaba para sobrevivir», asegura. ¿Y ahora? «Ahora tenemos la guerra, y si el pronóstico era bueno, ya no sabemos si cambiará». José Polo advierte que ellos sí trabajan casi al nivel de prepandemia pero la incertidumbre sigue de copiloto.