La Fira de s'Oliva de Caimari ha destacado en sus XXIV ediciones por la cuidadosa selección de los productos que se exponen en los puestos que se extienden alrededor de la plaza, reservada para el aceite de oliva, aceitunas y encurtidos. En las calles adyacentes se podían encontrar todo tipo de productos tradicionales de la despensa mallorquina: sobrasada, queso, hortalizas, miel, frutos secos, bunyols recién hechos e incluso las sabrosas pomes d'Orient. Pese a que hubo menos puestos que en 2019, pues las ferias arrancan tímidamente tras la pandemia, la artesanía estuvo presente, desde utensilios del campo, a joyería y complementos de moda, trajes de payés o la vistosa exposición de hojalatería, pinturas y babuchas de piel de cordero que compartían espacio bajo los gruesos muros de la Església Vella.
Otra de las exposiciones más visitadas fue, como cada año, la de la antigua almazara de Sa Tafona de Caimari, en la que se puede ver cómo se elaboraba el oro líquido de Mallorca no hace tantos años, hasta que la maquinaria moderna sustituyó al trui y a los espartins. Los productores de aceite de oliva de la Isla estuvieron ampliamente representados con puestos propios y también por la DO Oli de Mallorca, encargada de velar por la calidad de los aceites que se comercializan bajo este distintivo.
Un tímido Sol a primera hora de la mañana animó a centenares de personas a desperezarse del largo letargo que ha significado la pandemia para los actos populares. La afluencia fue constante a lo largo del día, pese a que muchos ya habían aprovechado para recorrer las calles el sábado por la tarde. Este año, no se ha montado ningún elemento etnográfico en la Plaça Major, sino que se ha convertido en un escenario que ha acogido desde actuaciones musicales a demostraciones gastronómicas, folklore, una muestra de indumentaria antigua y, para gozo de niños y pequeños, los bailes de los Caparrots Carboners de Caimari, siempre amenazando con mancharlos con sus restos de carbonissa.