Una duda existencial recorre Mallorca: la de si en estos tiempos de estado de alarma y COVID podremos hacer matances cuando el Govern sólo autoriza reuniones sociales y familiares con un máximos de seis personas. Poca broma. La maniobra de Armengol para frenar la curva de contagios llega justo cuando está a punto de empezar la temporada de la matanza del cerdo y coge a centenares de familias y a grupos de amigos con el animal reservado a sus criadores, cuando no ya engordado y esperando en la pocilga particular. Además, no sólo se trata de una tradición profundamente enraizada en la Part Forana, sino de una celebración que procura importante sustento tanto alimenticio, como económico. El ‘mercado negro' de la sobrasada, a entre 15 y 20 euros el kilo, no es cuestión baladí.
Cualquiera que se prodigue más allá de los límites de la Vía de Cintura sabe que la matanza de un cerdo medio de 200 kilos con sólo seis personas es misión imposible. Y no me refiero, por favor, a las meriendas y comidas de matances que, al margen de los oficiantes de las mismas, congregan a decenas de personas que no se ensucian las manos en el ritual. No. Me refiero a los invitados procedentes de Ciutat que acuden al ágape con camisa y vaquerito que deberán olvidarse esta cuota de postureo mallorkiner. Como decía, hasta el más palmesano sabe que para llevar a cabo todas las tareas de la matanza (sacrificio, despiece, limpieza de intestinos, hacer cornes, picar la carne, trempar la sobrasada, omplir, coser, atar, estar pendiente del caldero de los botifarrons y los camaiots, cocinar el almuerzo, etc), al menos se necesita el doble de personas a las que el Govern permite concurrir.
Con todo esto en contra, ¿puede haber matances este año? De momento los criadores de cerdo no han experimentado cancelaciones masivas. De entre todos los consultados, Jaume Pocoví es el único que no tiene inconveniente en revelar su identidad y asegura que el número de cerdos desnonats «no es por ahora significativo». De la misma forma se expresan otros criadores que prefieren mantenerse en el anonimato. Otra cosa es si las familias o grupos de amigos optarán por jugársela en la manera tradicional («preferimos pagar una multa que quedarnos sin poder comer sobrasada en un año que ya será duro de por sí», avisan desde una peña matancera del Pla) o bien recurrirán al servicio que ofrecen cooperativas como Ramaders Agrupats, donde uno puede llevar hasta su propio cerdo para que sus profesionales realicen la matanza de acuerdo a las necesidades, especificaciones y gustos de cada cliente. Esta modalidad, apunta la cooperativa felanitxera, ha repuntado un 33 por ciento.
Entonces, ¿habrá matanzas? Es muy probable. ¿De qué manera? Silenciosa, la mayoría. ¿Alguna certeza? Sí. Que un invierno huérfano de botifarrons y bollit d'ossos es aún más gélido, y que sin un trozo de culara o pultrú no hay verano posible.