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Miles de personas asisten en Santa Margalida a la procesión de la Beata

Margalida Ramis interpretó a Santa Catalina Tomàs. | Pilar Pellicer

| Santa Margalida |

Si alguien piensa que las macrofiestas del verano han ganado el terreno a las celebraciones más tradicionales de la Part Forana, es que este domingo no estuvo en Santa Margalida. La Vila mantiene, le pese a quien le pese, el récord de participación en la que se conoce como ‘la procesión más típica de Mallorca', la procesión de la Beata –Santa Catalina Tomàs–, declarada de interés turístico desde 1984.

El Ajuntament de Santa Margalida quiso que este año la procesión se convirtiera en un símbolo de la paz y de condena al terrorismo. El pleno aprobó así el jueves, a propuesta del alcalde Joan Monjo, una moción en este sentido. Como era de esperar, con el nivel de alerta antiterrorista se reforzaron los controles policiales y de la Guardia Civil en los accesos al recorrido de la procesión.

Los vallados eran dobles y se cruzaron además vehículos policiales para impedir cualquier intento de acceso no autorizado.

Esta era este domingo, junto con los tiras y aflojas de las invitaciones a políticos para asistir al palco oficial, la principal novedad de una celebración que por lo demás admite pocos cambios edición tras edición.

La jugada política

El pleno anuló a propuesta del alcalde Joan Monjo (con los votos de Convergència y PP), tres días antes de la fiesta, el protocolo que regulaba qué autoridades podían ser invitadas así que ayer todas las miradas estaban fijas en el palco temiendo alguna provocación. No hubo provocación. En el palco, presencia mayoritaria de alcaldes y parlamentarios del PP y del PI. Representando al Govern, el vicepresident Biel Barceló y la consellera de Hisenda, Catalina Cladera, flanquando a Monjo, uno a cada lado.

El alcalde había dejado claro que las invitaciones eran este año nominativas y por lo tanto intransferibles. Decía que quería evitar que la presidenta del Govern, Francina Armengol, pudiera delegar en alguien como el conseller de Medi Ambient, Vicenç Vidal, al que el alcalde considera que se debería declarar persona non grata por su apoyo a la construcción de la nueva depuradora que proyecta un emisario submarino en aguas de Son Bauló. Vidal no estuvo en el palco donde, por cierto, sobraron asientos.


Margalida Ramis Muntaner fue la gran protagonista de la noche en el papel de Santa Catalina Tomàs, imperturbable ante las tentaciones del dimoni. La procesión partió puntualmente a las 21.00 horas.

Los fuegos artificiales lanzados desde Ca ses Monges sirvieron de pistoletazo de salida para que los miles de personas que esperaban en algún punto del recorrido supieran del inicio del acto. Desfilaron doce carrozas que representan distintos episodios de la vida de la canonesa agustina nacida en Valldemossa. Entre carroza y carroza se intercalan cientos de parejas de payeses (había 900 collas con entre dos y tres miembros este año) que guardan celosamente sus gerres para protegerlas de los dimonis (mucho menos numerosos pero más ruidosos sin duda).
La lucha entre el bien y el mal se simboliza a través de los tiras y aflojas entre payeses y diablos. Se repartieron más de 2.000 gerres, una para cada pareja y dos en caso de que fueran tres los payeses que desfilaban juntos.

Sin contar a los payeses que desfilan, hay alrededor de un centenar de personas que representan diferentes papeles en la procesión ya sean la santa en distintos momentos de su vida, monjas o ángeles, entre otros.
El momento más esperado es cuando el Dimoni Gros rompe la primera gerra ante la Beata y el palco de autoridades se pone en pie. Se incorporan entonces las autoridades a la procesión que completa su recorrido por las principales calles. La escena de los dimonis intentando corromper a la Beata que permanece impasible ante la rotura de las gerres que representan la virtud se va repitiendo en distintos puntos.

Al acabar el recorrido se produce la trencadissa final, un momento muy esperado por los vecinos que acostumbran a seguir la procesión de principio a fin a diferencia de los foráneos, muchos de los cuales se marchan, tras las primeras trencadisses en la plaza.

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