«Este bar era mi ilusión, pero creo que ahora me merezco disfrutar de la vida», dice con una amplia sonrisa Juan Montero Romero (Arahal, Sevilla, 1958). Llegó a Mallorca a mediados de los 70, como muchos inmigrantes peninsulares, para trabajar en la hostelería, «en Magaluf, en el hotel Antillas para fregar vasos», recuerda orgulloso de sus orígenes y de más de medio siglo -51 años- trabajando en el sector de manera incansable, pero con el entusiasmo intacto.
Pero donde realmente es muy conocido es en la barriada de Son Cotoner. Entre 1990 y finales del pasado año, Juan cada mañana levantaba la barrera del Bar Montero, que regentó durante casi 35 años y que ahora pone a la venta para disfrutar de una merecida jubilación. Entre los recuerdos del local, pero especialmente los más llamativos, los de su etapa como boxeador -llegó a ser aspirante al Campeonato de España-, recibe a Última Hora mientras por la puerta asoman vecinos, amigos, clientes que le saludan con cariño. «Son muchos años y millones de cafés los que servido aquí», explica emocionado.
Con 67 años, ha estirado dos y lo deja «por jubilación forzosa», pero con la idea de «vivir tranquilo lo que me queda. No le debo nada a nadie, mis hijos están todos bien y ahora quiero pasar tiempo con mi señora, ir a recoger a mis nietos al colegio, andar y correr, que es lo que me mantiene en forma», dice entre recortes de prensa, trofeos, guantes y una larga colección de fotografías relacionadas con el boxeo, su gran pasión. «Peleé en los pesos pluma, gallo y mosca y dos veces pude ser campeón de España», relata, además de presumir de haber podido coincidir con grandes púgiles como Alfredo Evangelista o el recientemente fallecido Paco Fiol. «Mucha gente ve las fotos y me pregunta por mi carrera, aunque si le soy sincero, a mí el boxeo me ha costado dinero, pero me ha dado salud, y eso no se puede pagar», apunta Montero.
Su llegada
Con 32 años, recuerda que cogió el traspaso del Bar Montero, en la parte alta de la calle Francesc Martí Mora. «Y a los dos años de estar aquí, lo compré. En total, han sido casi 35 haciendo muchas horas y trabajando», asegurando que está agradecido a todo lo que aquí ha vivido porque este negocio «me ha ayudado a sacar adelante a mi familia sin penurias», asegura. Ahora, «quiero vivir un poco la vida, creo que me lo merezco. Hacer lo que me apetezca, sin tener que mirar el reloj», comenta, recordando los tiempos no tan lejanos en los que abría el bar de madrugada para servir cafés y desayunos a los trabajadores de la construcción o la limpieza, a los más madrugadores e incluso a agentes de las fuerzas de seguridad.
«A las cinco y media de la mañana ya tenía abierto yo. Y ya había preparados cinco o seis cafés, en marcha. Antes abría a las cuatro, pero me denunciaron, aunque ya había trabajadores que venían a desayunar... ¡Incluso la policía! Era abrir la barrera y entrar gente enseguida, parecía un primer día de las rebajas», explica Juan Montero en tono relajado y próximo, cómodo y pendiente de detalles dentro de la que fue su segunda casa durante más de la mitad de su vida.
Su despedida, el pasado 21 de diciembre, fue emotiva para Juan. «Los clientes de toda la vida vinieron a despedirme, me entregaron una placa... Aún todavía vengo por aquí casi cada día a echar un vistazo y me paran», refiere mientras varias personas han mostrado ya su interés por adquirir el local del histórico Bar Montero, del que se lleva «muchos recuerdos y momentos, pero especialmente, conocidos, amigos y esa gente del barrio que tanto me aprecia y yo también a ellos. Creo que he sido una buena persona estos 35 años y quiero que se queden con ese recuerdo», espeta Juan.
Consejos
De la hostelería, tiene claro que es un gremio que reclama «trabajo, dedicación y horas. No hay más secreto. Durante 14 años, yo hacía 17 horas diarias para levantar el negocio. E, incluso estando mal,no he faltado ningún día a mis obligaciones, oiga», dice orgulloso de su esfuerzo. Aunque Juan Montero, pese a los enormes esfuerzos que le han llevado hasta esta merecida jubilación, asegura que ha trabajado «a gusto, en lo que sentía que era lo mío».
Recuerda momentos complicados, como la pandemia, donde «tuve que tirar de ahorros, como muchos», pero prefiere quedarse «con todos los buenos recuerdos que tiene este bar para mí y mi familia. Por ellos he hecho todo esto», dice. Y a quien recoja su testigo, en caso de que quiera dar continuidad al bar, le aconseja que «haga lo que yo he intentado durante años: trabajar y no comerse el coco. Yo aprendí fregando vasos, hice camarero y de todo. Y he estado aquí, en el bar, tantos años porque estaba contento».
Ahora, quiere vivir al máximo los años que tiene por delante. Lo hará en la Isla «porque me siento mallorquín. Aquí es donde soy feliz y tengo a mi familia, a mi mujer, mis hijos, mis nietos...», concluye el amable rostro que durante décadas asomaba tras la barra del Bar Montero, que cierra una larga etapa pero deja un recuerdo imborrable entre la gente de Son Cotoner, donde su luminoso brilló con fuerza durante años.