El origen del barrio de Sa Llotja se remonta al siglo XI, momento en el que la Madina Mayurqa islámica alcanzó su máxima expansión urbana. Hoy en día, es uno de los barrios que alberga más patrimonio cultural y monumentos de la ciudad. Esto ha convertido la zona en un foco que se ha centrado en el turismo y ha abandonado el entramado social típico de un barrio, según explica Jaume Herrero, presidente de la Associació de Veïns de Sa Llotja-Es Born. «Vecinos cada vez somos menos porque todo está enfocado al turismo», asegura. «Cada tres o cuatro meses, algún conocido abandona el barrio, ya sea por los alquileres desorbitados o porque ya no sale a cuenta la cantidad de inconvenientes que supone vivir aquí», se lamenta. El hartazgo y las molestias por ruidos, humos, olores y falta de licencias ha originado que muchos residentes abandonen su vivienda en el barrio.
El principal problema que les afecta es la cantidad de locales de ocio que hay. Además, denuncia que el Ajuntament «se olvida de que aquí vivimos personas». Desde la asociación demandan que la regulación se cumpla de manera rigurosa por parte del sector de la restauración en Sa Llotja. «Las instituciones deben regular con rigor la actividad de los restauradores para que puedan ejercer su derecho, pero que no sea expensas de empobrecernos como vecindario», declara. «Los pocos vecinos que quedamos en Sa Llotja estamos desalentados, sentimos que el Ajuntament no nos representa», cuenta Jaume. «El problema que trae consigo es que los pisos se van deshabitando y se destinan al alquiler turístico», reflexiona.
«Hasta conseguir que el Ajuntament compruebe las denuncias y haga cumplir las ordenanzas pueden pasar siete años», comenta Herrero. Según ha contabilizado el presidente de la asociación, hay más de 100 locales de restauración en las calles de Sa Llotja y un elevado porcentaje no cumple con las medidas legales. «Algo tan sencillo como tener una placa con la capacidad de ocupación y que demuestre la licencia es difícil de encontrar», apunta. Esta «traba» hace que la policía no actúe con inmediatez ante las irregularidades. En zonas como el Passeig del Born, las terrazas ocupan hasta las entradas y salidas de las viviendas de la gente.
Por otro lado, el vecino asegura que de noviembre a febrero «se puede vivir» en el vecindario, pero durante la temporada resulta agotador. Siempre es habitual que las calles estén a rebosar, pero cuando llegan los cruceros, la situación se multiplica. «Es un aluvión de gente», asegura. El grueso de personas incluye desde los propios visitantes hasta los promotores de locales, trabajadores, repartidores y demás perfiles del sector servicios. Asimismo, la gran cantidad de actividad en la barriada produce una abundante generación de residuos. Aun así, comprende que el propio encanto histórico del barrio atrae el turismo, pero considera que se puede encontrar un equilibrio con la rutina diaria de los habitantes.
Un punto conflictivo por las noches, especialmente durante los fines de semana, es la calle de la Boteria. «Si de por sí ya se trata de un entramado estrecho de poco más de 4 ó 5 metros, cuando se juntan los comensales fuera, hay que caminar esquivando», lamenta el afectado. La densidad de actividades enfocadas al turismo hace que los residentes se sientan en un «parque turístico». La cuestión de la armonía en el centro histórico también es un punto candente debido a los letreros y las placas de cada restaurante, bar, heladería, hotel, tienda de souvenirs... «Como vecinos, tenemos que adaptarnos a la paleta de colores góticos cuando queremos remodelar nuestras fachadas, pero el resto tienen carta blanca», se queja Herrero que asegura haberlo vivido de primera mano.