Una agencia de viajes, un bar de ambiente y una peña mallorquinista, Casa Felipe ha sido muchas cosas durante los últimos 90 años y antes de convertirse, hace 50, en lo que es hoy: un bar de barrio que sirve menús de platos combinados. Su propietario, Martín Roig, lleva 20 años al frente del negocio y ahora cuelga el delantal y apaga los fogones para jubilarse. Es curioso que el bar se llame ‘Felipe' ya que quien lo lleva es Martín y su antecesor se llamaba Guillermo: «A él le funcionó bien con este nombre, así que no se lo cambié», bromea Martín.
«Llevo 45 años en el oficio, creo que ya he cumplido» dice. Y es que, antes de emprender por su cuenta en 2003, Martín trabajaba en el Moby Dick, un bar situado frente a la Catedral de Mallorca. «Los precios están por las nubes y los impuestos nos tienen asfixiados», contesta al preguntarle por qué traspasa el negocio.
«Es difícil encontrar a alguien que se lo quiera quedar, porque en esta calle –Antoni Maria Alcover– no hay un triste negocio, no está en primera línea y no tiene terraza. Ha venido gente que quiere montar un kebab o un restaurante peruano y me gustaría que siguiera siendo lo que es por mi clientela», asegura Martín y añade que «sobre todo vienen familias los fines de semana».
«En la pandemia nos tuvimos que reinventar y estuvimos abiertos sirviendo a domicilio. Hemos pasado dos crisis, la del ladrillo y la de la COVID, pero aquí estamos», explica orgulloso.
En estos 20 años el local ha sido testigo de celebraciones de bodas, cumpleaños, el Gordo de la Navidad, que una vez cayó en el bar, e incluso la muerte repentina de un cliente que falleció mientras estaba comiendo allí.
«Esto no es un trabajo, esto es mi casa», dice un Martín emocionado, que conoce el nombre de pila de sus clientes y que ahora ofrece su local por 30.000 euros.