El silencio se adueña de las calles de una barriada que conjuga una ubicación envidiable con un conjunto patrimonial e histórico, pero que en los últimos tiempos ha sido víctima de un fenómeno que se expande por muchos rincones de Palma, especialmente los codiciados como es la zona de sa Calatrava, que tras una fase de reconversión y rehabilitación ha visto cómo el dibujo del barrio, especialmente a nivel demográfico y paisajístico, cambiaba sobremanera.
Edita Navarro es la presidenta de la Asociación de Vecinos de sa Calatrava, un barrio de curtidores de piel crecido a la vera de Dalt Murada que ha sido un ejemplo de asociacionismo y busca resistir a la llegada de una nueva 'invasión': la del turismo y los nuevos residentes y compradores e inversores cuyas ofertas irrechazables han acabado por desalojar a parte del tradicional vecindario y vaciar su tejido comercial, reducido a algún supermercado de mínimos y unos pocos resistentes.
Pero si un tema ha situado recientemente a sa Calatrava es la polémica tala anunciada por el Ajuntament de Palma de las Bellasombras (Phytolacca dioica) de la Plaça Llorenç Villalonga, frenadas por los vecinos por alterar «una parte del paisaje y de la historia del barrio», aplicando una medida cautelar por parte de Cort, reclamando que todo el proceso «se comunique con tiempo y se explique bien», recordando la movilización espontánea de los vecinos para frenar su eliminación de ese espacio emblemático, a pocos metros de la casa natal del prestigioso político mallorquín Antoni Maura.
En ese mismo espacio, denuncian los vecinos el mal estado del pavimento, «peligroso, porque literalmente está destrozado en algunos tramos», y señalan desde la asociación vecinal que «la presencia de los hoteles, que atraen coches, furgonetas y vehículos pesados como camiones de proveedores, no ayudan. Al contrario», apostilla Navarro, portavoz de este colectivo. «Hay que replantear la movilidad de parte de Dalt Murada», añade la dirigente.
También refiere la problemática de la red de pluviales cuando llueve, además de la gran cantidad de basura que se acumula, especialmente en temporada alta y con la irrupción del alquiler vacacional, oferta que se suma a la creciente de hoteles de lujo. Hacia ellos se dirigen las miradas críticas de los vecinos «porque convierten las calles en sus zonas de carga y descarga, se apropian de algunos tramos, e incluso en la parte alta de los edificios, se hacen actividades y fiestas que general ruido y molestias a los vecinos».
El citado anteriormente alquiler vacacional suma a estas problemáticas «más ruido, molestias, pero especialmente incivismo que afecta a la limpieza y la imagen de sa Calatrava», donde lamenta Edita la desaparición «de los vecinos de siempre, por el encarecimiento de la vivienda. El barrio se vacía y sólo quedamos los propietarios de toda la vida, y cada vez más mayores», lamenta la presidenta de la asociación de vecinos. «Son gente de otros países, muchos escandinavos, suecos, pero apenas viven aquí y se les ve. Vemos mucha vivienda vacía», prosigue la presidenta vecinal.
En él, escenarios como sus plazas, el Teatre Xesc Forteza, los singulares murales pintados por 'Sa Glosadora dels Murs' y muchos de los edificios y construcciones que forman parte del patrimonio arquitectónico de Ciutat. El Seminario antiguo, el Convent de Sant Jeroni, Santa Clara, Montesión... la lista es interminable y habla de la historia y riqueza cultural de un barrio que pierde por años su esencia original y en el que la vivienda «es un problema», preocupando algunos proyectos en el barrio que alterarán un poco más si cabe su fisonomía actual.
Y en el que esa carencia de vida se plasma en símbolos como la falta de niños por sus calles y plazas, de verbenas en sus fiestas (Sant Cristòfol es el patrón), o la dificultad para desarrollar actividades en el Casal de Barri, que realiza talleres de pintura, reuniones y algunas iniciativas que intentan mantener unido al colectivo, una asociación vecinal que cuenta con poco menos de un centenar de socios y apenas siente «el espíritu vecinal. Ha pasado de ser un barrio con gran actividad a no tener apenas vida... somos 4 gatos y cada vez más mayores», añade Edita.
«El barrio es víctima de la gentrificación, el precio del metro cuadrado asusta y apenas viven mallorquines ya», asegura con rotundidad la presidenta vecinal, quien agradece pese a todo que «siga siendo un lugar tranquilo, pese a los hoteles y el alquiler vacacional», señalados como focos de esa alteración que sufren por temporadas. «Además, los locales y comercios cierran, porque los alquileres son prohibitivos, no tenemos ni un lugar para comprar el pan y hay que moverse para encontrar un supermercado. No hay ni tiendas, ni servicios, sólo puedes comprar en supermercados para turistas o souvenirs», denuncia, al mismo tiempo que transitamos frente al antiguo Forn de sa Pelleteria, un símbolo años atrás del casco antiguo e inmerso en obras en la actualidad.
En cuanto a la limpieza del barrio, refieren varios problemas y la presencia de ratas en la Plaça Llorenç Villalonga, «aunque suciedad como tal no hay, pese a que gente que está en alquileres vacacionales a veces deja las bolsas en la calle por desconocimiento, entiendo», explica Navarro durante el recorrido por el barrio de sa Calatrava, un espacio «seguro», pese a referir «atracos a turistas o bandas latinas que generan problemas en el Parc de la Mar, pero vemos presencia de la policía», aunque sí les ha llamado la atención «que han vuelto a aparecer jeringuillas», que reportan el regreso del consumo de drogas en la calle.
Recorriendo sus estrechas calles, una agradecida pero a la vez peligrosa tranquilidad envuelve un barrio que invita a vivir y en el que la reforma de viviendas tradicionales permite mejorar su imagen, pero a la vez ilustra de esa realidad que marca un punto de inflexión entre lo que fue y va convirtiéndose un enclave ubicado frente al mar, en un marco codiciado por inversores, nuevos residentes y, eso sí, quienes puedan asumir el coste del metro cuadrado actualmente en sa Calatrava.