En la Porta de Sant Antoni confluyen muchas Palmas y de diferentes épocas. Como si de un portal a otras dimensiones se tratara, en ese enclave se entremezclan los nuevos tiempos, con una Gerreria trazada con escuadra y cartabón con pisos a altos precios y una cuidada oferta de restauración, y los viejos, donde se removía un intrincado Barrio Chino. Edificios reformados y viviendas de muebles de diseño italiano conviven con antiguas armerías cerradas, panaderías cerradas con el eterno cartel de Se Alquila: restos del Barrio Chino, que fue desterrado a golpe de grúa y martillo pilón. Allí aparecieron edificios de nuevo cuño que revalorizaron la zona, pero aún quedan rescoldos de prostitución (en la calle Ferreria) y venta de drogas (en dirección a la calle Socors). Los vecinos de este enclave en concreto se muestran desesperados.
María Salvà es una de las vecinas que está afectada por la parada de kundas, uno de los vestigios del Barrio Chino, que se posiciona justo en su portal. Llevan años reclamando que les quiten de delante los cinco contenedores que tienen ante su portal. «Se ha convertido en una pantalla en las que se esconden del resto de la calle y aprovechan para hacer sus negocios», dice Salvà. Es el perfecto «escondite para el trapicheo». Si por la mañana parece tranquilo, es a partir de las siete de la tarde cuando empiezan a llegar los coches para llevar a los clientes a Son Banya para la compra de droga. En la legislatura pasada reclamaron al Ajuntament de Palma en numerosas ocasiones que dispersaran los contenedores, pero no ha habido ningún cambio.
Pese a los problemas para encontrar vivienda en Palma, y mucho más en el Casc Antic, Toni Aguiló cuenta con cinco pisos en el portal en el que se paran los kundas y los inquilinos apenas resisten el ambiente. «Hay una madre con hijos que al final ha decidido marcharse para no criarlos con este panorama. Cuando intenta entrar en el portal, se encuentran gente tirada por el suelo, borrachos que compran bebida a todas horas en los minimarkets de aquí al lado». Vómitos, orina, heces, trapicheo...
Y sin embargo, durante el día este rincón de Palma bulle ajeno a los problemas que se viven de noche.
Eso sí, los vecinos dicen que hay menos prostitución respecto a épocas anteriores, cuando estaba expandido por toda la Porta de Sant Antoni y el barrio. Los prostíbulos y bares de alterne han ido cerrando en cascada, apenas quedan dos de este estilo, y ahora las mujeres que ejercen esta profesión están arrinconadas en la calle Ferreria y de la Justicia, donde hay habitaciones en las que cumplen con los servicios contratados. Desde primera hora de la mañana esperan ya a los posibles clientes y su jornada se alarga hasta la madrugada.
Poco a poco se han ido renovando los edificios y hay otros que están en proceso. Uno de ellos, frente a la entrada del aparcamiento de sa Gerreria, está en obras y cuentan que se van a hacer pisos de lujo. Pero ahí siguen los bares donde se reúnen las mujeres y sus clientes, un recuerdo del antiguo Barrio Chino. Lo curioso es que la reforma de sa Gerreria se extendió como una mancha de aceite, pero se quedó congelada en la Porta de Sant Antoni.
Paquita Gómez, que atiende la herboristería Murta desde hace quince años, señala que «es verdad que la puerta de Sant Antoni ha cambiado mucho, antes estaba el típico yonki y ahora hay muchos más restaurantes. Nos gustaría que estuviese más limpio. Pero la gente que anda por aquí por las noches no se mete en las tiendas». En cuanto a la prostitución, «estas mujeres son las que menos problemas dan. Son las más educadas. Las conozco de toda la vida y hay desde jovencitas a mujeres mayores. Es una pena».
Una de esas mujeres ya está a las diez de la mañana en busca de clientes. «Drogas siempre ha habido aquí pero parece un tema tabú. Llevo cinco o seis años alternando y recurro a la prostitución para sacarme un extra: para poder comer, para poder vivir. Que cada uno haga con su vida lo que quiera». Esta mujer advierte del cambio que hay en la zona, «dicen que van a hacer un edificio de lujo». El contraste se hará aún más palpable en la Porta de Sant Antoni.
Entre los que están empujando el cambio está Jorge Esparis, dueño del restaurante Caníbal, que advierte que «esto es una pocilga. El restaurante va genial pero la zona es una mierda». Su restaurante está a solo una calle está la concurrida plaza de Raimundo Clar. «La verdad es que me gustaba el local, de piedra, me recordaba a los restaurantes de Galicia», . Muy cerca de su restaurante se vende droga en la misma calle. «Si sabes y lo permites...», dice refiriéndose a las instituciones y la policía. «Menos mal que cuando hay peleas, es solo entre ellos. A veces he tenido que invitar al comensal por culpa del espectáculo». Y cada cubierto oscila entre los 40 y los 60 euros.
Manuel Rodríguez ‘Manolete' está al frente de la bodega San Antonio, toda una institución en el barrio de la que no se sabe si tiene 100 o 200 años. Rodríguez llegó en 1986, «en la época de la heroína y el caballo. Yo me he criado con los yonkis y ahora es una zona habitable». Allí mismo está tomando un café Domingo Font, propietario de la agencia de viajes de la plaza. «Abrimos la agencia en 1994 y al lado estaba el bar Bibabó, un barucho de vicio. Luego hicieron los juzgados y nos expropiaron el local. Había trapicheo, prostíbulos... Cuando venían los soldados americanos de la Sexta Flota a Palma llegaban las prostitutas incluso desde Barcelona. La verdad es que vamos a mejor pero no como tendría que ser». El tirón que está pegando la zona parece que no se expande por todos los rincones.
Frente a la bodega está el edificio que acoge de la antigua Ferretería Mateo: «Dicen que querían hacer un hotel, el edificio entero está a la venta», advierte Font. Una vecina de la zona, con un carrito de bebé, explica que «las prostitutas son un sol. Una vez me atacó un borracho y una de ellas me salvó. Son buena gente. Lo malo es la droga y el alcohol». La Porta de Sant Antoni sigue su transformación, pero aún se desconoce hacia dónde.