«Es uno de los parques con más sombra de Palma, tiene unos juegos infantiles estupendos, pero jamás he ido allí con mis hijos». Así se manifiesta uno de los vecinos del parque Can Simonet, en el Camp Redó, que lleva semanas con carteles de protesta por la aparición de heces (de humanos y de canes) en las jardineras, así como de latas de cervezas y cartones de vino. Incluso jeringuillas.
Los residentes achacan todo a los indigentes que pernoctan en Ca l'Ardiaca o Can Gazà y que luego pasan el día entre este parque infantil y la plaza Felip II. «Esto es un coto privado de sintecho», cuenta este vecino, que al final ha optado estos años por ir al cercano parque de ses Fonts tras encontrar, día sí día también, «a unos veinte indigentes durmiendo entre cartones» en Can Simonet.
Por su parte, Lily Appadoo, vicepresidenta de la Associació de Veïns del Camp Redó, señala que «los carteles tienen parte de razón. Se ha hecho mucho por mejorar el parque y se organizan actividades de Navidad o con educadores de calle para evitar a los sintecho». Para Appadoo, «en esto siempre hay dos partes y las trabajadoras sociales del GREC colaboran» con los indigentes que ocupan esta zona, pero pese a estar «arreglado, no basta si después no se puede ir los niños». Un trabajador de la zona confirma las quejas vecinales y las denuncias de los carteles colgados del vallado: «Aquí hacen sus necesidades, duermen y vienen con las litronas en la mano».
Pepi Montilla camina por la carretera de Valldemossa y se detiene ante los carteles: «Esto se ha degradado muchísimo. No se puede ni respirar en ese parque, pero hay que ayudar a estas criaturas». Un apelativo maternal que dirige a los sintecho que a primera hora, tras salir de los albergues, se dirigen a la plazoleta de Felip II. Una vecina lamenta la situación: «Esto es un sufrimiento. Una lucha con esta gente que defecan en nuestros portales. Se han apoderado del parque».
Son las nueve y media de la mañana y ya hay un grupo de sintecho que beben cerveza y enlazan un cigarrillo tras otro. «Yo vivía mejor en Polonia», cuenta Robert, que lleva dos semanas en la Isla y no ha encontrado ni trabajo ni techo. «Nadie me quiere como albañil con cincuenta años». A su lado está Majek, también polaco, que se gana unos euros como malabarista. «Quiero irme a Israel y necesito dinero para el billete de avión». Después de dormir en el albergue, «no hacemos nada. Venimos aquí o al parque, bebemos. Solo pasamos el día...».