Las leyendas suelen ser aleccionadoras, servir para explicar el lento y constante movimiento de un mundo que ha cambiado más de lo que pensamos. Baste de muestra un botón. Hace tiempo en Palma se exhibían partes mutiladas de personas, una práctica que debe entenderse a medio camino entre la advertencia y el escarmiento de un lado, y del otro el festejo del botín apresado en alta mar. Aunque resulte tentador emprendemos un viaje en el cual procuramos no caer en el presentismo, a pesar de que la crueldad de algunos actos que hablan por sí mismos tiente a ello.
Será una singladura capitalizada por el capitán de navío Antoni Barceló i Pont de la Terra, el Capità Toni como se le conoce más popularmente en nuestra tierra. Un hombre nacido en el Puig de Sant Pere de Palma, uno de los barrios pesqueros por excelencia de la capital balear. Un hombre que mamó el mar desde su más tierna infancia, que empezó a ganarse la vida como su padre, tripulando el barco correo entre Palma y Barcelona, y a quien su pericia y valor al timón le granjearon ascensos, honores y beneficios de muy diversa clase. Esta es la historia del Capità Toni, el azote de los infieles y enemigos de la Corona en alta mar.
Su historia nos traslada derechos al siglo XVIII, un momento ciertamente convulso marcado por la feroz pugna en los mares entre las Coronas británica y española, las dos grandes potencias expedicionarias posadas a lo largo y ancho del globo. En ese contexto, Antoni Barceló despuntó de muy joven. Hizo de la guerra contra la piratería un modo de vida. Con la madurez cercó a los corsarios ingleses, y en su plenitud comandó escuadras de ochenta naves con el grado de teniente general de la Armada.
Resulta curiosa su progresión ya que ciertamente sus galones no provinieron de la academia, ni de su pedigrí castrense. La mayoría de sus ascensos se explican como pago directo a meritorias acciones marítimas. Sus restos mortales descansan en la iglesia palmesana de Santa Creu, templo que veneró en vida, y que con motivo del 300 aniversario de su nacimiento, en 2017, acogió una muestra que repasaba los principales momentos que definieron a un palmesano de leyenda como él.
Su historia mítica empezó a enarbolarse desde su juventud. Siendo un chico de apenas 18 años comandaba el mismo barco correo con Barcelona que ya mandó su padre con patente de corso, y en esa condición llegó la primera de sus misiones. En un bote a remos llegaron a Palma los supervivientes de un jabeque que transportaba hierro y que había sido asaltado por naves sarracenas. Barceló y otro capitán local recibieron la orden y sin dudarlo se hicieron a la mar. Acabaron por localizar los barcos norteafricanos, les dieron caza y entablaron combates cuerpo a cuerpo. La victoria mallorquina, la primera de Barceló, se saldó con la tripulación enemiga superviviente apresada.
A esa le sucedieron muchas misiones y encargos de todo tipo, mientras su popularidad no hacía sino acrecentarse entre las clases menos pudientes, que en el intrépido marino palmesano veían una imagen de sí mismas, tamizada por el halo del éxito y el ascenso social. Cuentan que una vez le encomendaron trasladarse con urgencia al principal puerto catalán para abastecerse de queviures, después de que Palma quedara asolada. Cuentan que el Capità Toni, sabedor de las penurias del pueblo, 'voló' sobre las olas para llegar tan rápido como pudo y ayudar a sus conciudadanos. Precisan que a la vuelta ni siquiera cargó agua para su tripulación, con la voluntad de acortar al máximo los tiempos en su viaje de regreso.
Más de una vez resultó herido, puesto que pese a ir acumulando cargos jerárquicos el Capità Toni no abandonaba a los suyos, ni siquiera en el fragor de la más cruda batalla. Se recuerda en especial un episodio en el que Barceló casi muere por la gravedad de sus heridas, y ni siquiera en ese momento consintió que le apartaran de la primera línea mientras resonaran los trabucazos y los cañones exhalaran toda su furia.
No obstante la parte heroica del Capità Toni se ha construido sobre otra faceta más, probablemente basada en elementos reales y otros ficticios. Un hecho está claro: en pleno siglo XVIII quedaba mucho, mucho recorrido a aquello que designamos hoy como derechos humanos; más si cabe para con aquellos a los que uno consideraba su enemigo en el marco de un conflicto bélico más o menos sostenido en el tiempo. Por lo tanto algunos entendidos consideran que el pasaje que habla de decapitaciones en masa de prisioneros y exhibición de sus restos en el puerto de Palma podría tener elementos de verosimilitud.
Sin embargo, del Capità Toni se han resaltado algunos rasgos humanistas que hacen entrar en contradicción ambas realidades. Incluso hay quien apunta que las inquinas despertadas hacia su persona en el seno de las altas esferas militares habrían avivado los comentarios hacia su supuesta crueldad. Esas inquinas fueron responsables de que a Barceló lo intentaran retirar prematuramente, pero sus méritos y su fama pesaban demasiado.
En efecto, la leyenda habla de ejecuciones públicas ante la masa que las festejaba junto al Moll Vell de Palma. Dice que no era amigo de apresar rehenes y que incluso una cabeza de moro pasó a adornar el escudo de armas de su estirpe, como mención más o menos velada de su misión en esta vida: guardar los mares y combatir a los enemigos. Su vida de película probablemente tuvo un final lejano al preludio, y arrinconado y denostado tomó la decisión de pasar los últimos años de vejez en Palma con una vida discreta y piadosa. Apartado contra su voluntad de la carrera militar, su muerte fue un auténtico acontecimiento social.
Como recuerdo del momento histórico en el que el norte y el sur luchaban casi a diario en el Mediterráneo, a sangre y fuego, por la riqueza y el poder podemos observar hoy en día en Palma la escultura de una cabeza incrustada en la pared. Si la miramos de cerca representa a un hombre con bigote y algo similar a un turbante sobre la cabeza. Se trata simbólicamente de la cabeza de un moro, la misma que adornó el escudo de armas del Capità Toni cerca de donde se presupone que corría la sangre a su llegada a puerto, como si de un sacrificio a antiguas y oscuras deidades se tratara.
Curiosamente la cabeza del moro es el motivo principal de la bandera actual de Córcega, una enseña originada en la propuesta por el militar y padre del pueblo corso Pasquale di Paoli, quien de hecho fue coetáneo de nuestro Capità Toni, algo que deja ver que la violencia en el mar era algo consustancial a la época.
Al legado del mago de los jabeques se le hace mención también a través de un busto en el centro de Ciutat. Se trata de una representación propiedad de la Cambra de Comerç de Mallorca y se ubica en un enclave emblemático de Palma, muy concurrido tanto por residentes como por turistas, en el mismo Moll Vell que él tantas veces frecuentó, con espléndidas vistas a la Seu de Mallorca. Asimismo el Museo Naval de Madrid le rinde tributo y honores, y cuenta con la exposición permanente de efectos personales suyos, como por ejemplo su espada.