Este jueves se cumple el día 75 del estado de alarma, en la fase 2 de la desescalada y con la intención (todavía no concretada) de que el próximo lunes pueda estrenarse ya la fase 3. La ciudad va despertando de su letargo; eso se percibe en sus calles pero también se nota que son unas calles diferentes. Palma sigue siendo una capital turística pero es una capital turística sin turistas. Y, por ese motivo, siguen cerradas las oficinas donde pueden informarse.
Palma es una ciudad sin turistas pero sigue con vida. Y con ganas, no sólo de volver a empezar, sino de empezar de cero. Por ese motivo, Betiana Bonacorsio ha decidido seguir adelante y el lunes abrirá las puertas la cafetería Toska, en la calle Catalunya. Es argentina y antes de que empezara el confinamiento había pactado un traspaso con la anterior propiedad. La cafetería se llamaba Bristol y su idea era abrir el 1 de abril. Decidió seguir adelante y empezará el 1 de junio. «Hay que probar y seguir adelante», asegura mientras espera a diversos proveedores. Continúan las obras pero estarán listas el fin de semana. Es un gesto. Hay, en la ciudad, bares que todavía no han abierto pero la mayoría si lo ha hecho. En general, los ERTE se han prorrogado hasta el 30 de junio.
La tienda de Torrons Vicens, esquina Bosseria con Argenteria, abría todo el año pese a vender únicamente turrones artesanales. Es uno de esos comercios volcados al turismo aunque también a quienes gustan de las tradiciones locales. Abrió en 2016 en el local de la antigua mercería Casa Bet. La correspondencia se amontona en su interior.
Muy cerquita, en la peatonal Jaume II, sí está abierta otra de las tres mercerías más arraigadas de la ciudad: Ángela, que inició su actividad como Ca Donya Àngela en 1685. Tres mujeres aguardan en la puerta mientras miran el escaparate. «Vaya cola que había en La Veneciana», dice una refiriéndose a la tienda que completa el trío local del encaje, hilo y pasamanería.
El hogar y la huída
El propietario actual de la mercería Ángela es Miquel Aguiló. Cuando cerró por el coronavirus no vendía mascarillas. Ahora sí. De varios tamaños, también infantiles. De algodón y cuestan 8 euros.
«Pero lo que más vendemos son hilos, telas y elásticos», dice. Curiosamente, los elementos imprescindibles para confeccionar una mascarilla. «Las fabricamos nosotros aquí y sí, se venden», afirma Aguiló para añadir que «de momento, lo que han bajado son las corbatas y los calcetines que compraban los turistas».
El Ajuntament no ha decidido todavía cuando abrirán las oficinas y puntos de información turística. El del Parc de la Mar incluye un cartel de una exposición con un título que ahora resulta de lo más llamativo: La llar i la fugida. Estaba programada en Es Baluard hasta el próximo 30 de agosto. Es una muestra de la artista portuguesa Ana Vieira. En ella, según el programa de la exposición, la artista «establece un diálogo con el espacio doméstico y el tejido social, reflexión que lleva a cabo, en algunos casos, a través de una metáfora con el propio lenguaje artístico». Ni pensada para lo que iba a ocurrir.
Julián fotografía a su suegra Esmeralda frente al lago del Parc de la Mar. La hija del primero nació durante el confinamiento. La abuela Esmeralda había venido de Colombia para asistir a ese momento.
Conocía el lugar, y el centro de la Palma turística, pero no lo había visto nunca antes así. «Creo que casi me gusta más ahora», comenta mientras un hombre sin camisa pasea al sol y unas mujeres recorren los jardines de s'Hort del Rei. ¿Qué es lo que llama la atención en una de sus entradas? Que al inicio de la calle Conqueridor no hay ninguna calesa o galera. Cuesta imaginar a residentes tomando un coche de caballos para sus paseos. Aunque alguna novela hay en que eso sí ocurre. Se llama La panda de los dedos de oro. La escribió un periodista: Jordi Bayona.