El BOE, que es como la Biblia del estado de alarma –que llega este martes a su día 73– permite que en esta fase 2 recién iniciada puedan pasear, para hacer deporte o callejear, grupos de hasta 15 personas. Esta concesión de la desescalada no ha sido nunca algo habitual, ni siquiera antes de que empezara todo. Pero ahí queda.
El primer día de la fase 2, que arranca nublado aunque eso no va a impedir algún baño en la playa, muestra ya una fotografía aproximada de lo que será la nueva normalidad. Todavía no puedes tomar el primer café del día en la barra del bar pero ya se permite pasar al interior y sentarse.
Algunos locales ya han reorganizado sus interiores –el Tropical ha montado una suerte de dominó con las mesas, como si fueran fichas y en unas te puedes sentar y en otras no–; otros lo harán en próximos días, como el Bosch, que de momento sigue atendiendo en terraza, y en Can Miquel se han retirado los taburetes para evitar caer en la tentación. Un reloj marca las horas pero otra de las novedades de la fase 2 es que se han acabado las franjas horarias. Can Miquel abrió en la fase 1 pero es el primer día de Juan, que está solo de media jornada por el ERTE. Javier López, el jefe, atiende el resto del tiempo. No hay menú del día, una de las señas del local, pero sí bocatas y variats. Todo el mundo se acomoda a las nuevas costumbres. Por ejemplo, en ese bar, alguien pregunta a un cliente si esa mascarilla olvidada en la mesa es suya. Esa pregunta ha sonado en los últimos días en las terrazas que echan a los coches.
La mascarilla no sólo se ha incorporado al paisaje de la calle sino que ha llegado a los escaparates de las tiendas de moda. Al de la tienda D'Pas de la calle Sant Domingo, por ejemplo. Hay un letrero en que puede leerse: «Hoy en día los héroes no llevan capa sino mascarillas». Cuenta Francesca que «se han vendido bastantes». Cuestan 12 euros y están fabricadas con «material deportivo», son de poliéster, llevan filtro, están homologadas y «se lavan a sesenta grados». Han renovado el pedido inicial y propuesto nuevos diseños en línea con la ropa que se vende en la tienda.
Es época de reinventarse. En eso anda Manuel, músico de calle que nació en Buenos Aires y que, después de tres intentos fallidos en días pasados, ha sacado la guitarra de la funda, la ha conectado al amplificador y ha arrancado con No puedo vivir si ti, una canción de Coque Malla. Está en la calle Sant Miquel, donde también han montado sus tenderetes, en las inmediaciones del claustro de Sant Antoniet, pintores y otros artistas manuales.
Manuel, el de la guitarra, explica que habitualmente su repertorio era de versiones en inglés pero «como ahora no hay turistas» incluye más piezas en castellano. No tiene muy claro si la policía le llamará la atención (pasa un coche de la Local y no le dice nada) pero explica que días atrás le hicieron irse y que «me dijeron que a la próxima me caía multa».
Cerquita, más artesanos intentan atraer la atención de quienes han estrenado fase 2 paseando (aunque el BOE lo permite, no en grupos de 15) ofreciendo pequeñas esculturas de alambre, como Raúl; chapitas para las mascotas, como Federico o dibujos a acuarela sobre páginas de periódico como Francesco Regal. Explica que toma las ideas de lo que lee luego las plasma sobre sus páginas. Tiene varios tamaños. El precio mínimo es de 5 euros.
Una de las imágenes más reproducidas de su creación es una interpretación libre de los monos que ni oyen ni hablan ni ven; pero en sentido contrario. Es una especie de guiño a la gente y a los políticos, dice. No da más detalles.
El primer día de la fase 2 de la desescalada permite casi todo lo que será posible cuando arranque la 3 –salvo viajar entre Islas, si es que Sánchez no atiende antes la petición de la presidenta Armengol– y deja bastante claro que si la gente hacía tantas colas ante los supermercados cuando empezó el confinamiento era porque no podía hacer otra cosa.
Han abierto las grandes superficies y los centros comerciales. Funcionan las escaleras eléctricas, también las de C&A. Hace décadas, cuando abrieron en Palma esos grandes almacenes que entonces se llamaron Woolworth, mucha gente se acercaba por el simple hecho de subir y bajar las escaleras «como en las películas». No imaginaban que llegado el 2020 tendrán que llevar mascarilla. Como en otras películas.