El diestro madrileño José Tomás regresó hoy a su cátedra, a caballo entre la historia y la leyenda del toreo, y cortó una oreja en la tarde de su reaparición, un festejo en el que el mexicano Arturo Saldívar logró abrir la puerta grande a base de arrojo y desparpajo.
Al más puro estilo unamuniano y su lacónico «Cómo decíamos ayer...», José Tomás regresó de su forzado descanso para ocupar de nuevo su cátedra en la historia de la tauromaquia con idéntica pasión e intensidad, con la misma radicalidad semisuicida que le ha convertido en leyenda.
La tarde reunió todos los ingredientes de la épica taurina, tuvo expectación, buen toreo, piques y también drama, el del propio Tomás y el tremendo golpetazo que le propinó el quinto, pero no fue rematada por la falta de acierto con la espada.
El de Galapagar respondió al interés suscitado y tomó en cuanto pudo la palabra, fue en un solemne quite por delantales al primero, cuya muerte le brindó con cariño Víctor Puerto.
Luego, con el castaño bragado que le correspondió en suerte, se exhibió por gaoneras en apenas un palmo de terreno y Saldívar le respondió con visceralidad. Ni él ni Puerto fueron de palmeros a Valencia.
Tras un emotivo brindis a su equipo médico, cuatro doctores a los que hizo salir al albero, Tomás ofreció la mejor versión de su toreo auténtico y austero de movimientos, ofreciendo la panza de la muleta y bajando la mano hasta el extremo.
«Burreñito», el toro con el que se volvió a sentir matador, ofrecía un viaje largo y descolgado, y el diestro lo exprimió con soltura, pero fue desarmado en dos ocasiones, lo que unido a una defectuosa estocada restó méritos a su actuación.
Al quinto lo recibió con gusto a la verónica y le ofreció los dos muslos citando de frente por chicuelinas en un quite ceñido y brillante, aunque de nuevo Saldívar le salió al paso con unas gaoneras espeluznantes, abriendo el capote después de haber citado.
Con todo, el mayor mérito de José Tomás con el segundo de su lote fue el haberse repuesto con sorprendente entereza a la violenta voltereta que recibió en el inicio de la faena de muleta.
El madrileño se disponía a citar a su adversario desde la boca de riego, a unos veinte metros, cuando el animal cogió velocidad y se desentendió completamente del engaño para irse directamente al cuerpo del matador, que quedó aturdido sobre el albero.
Fueron momentos dramáticos por la contundencia del golpe, pero al parecer el toro solo le alcanzó con el testuz.
Tomás volvió con ímpetu para bajar de nuevo la mano, mandar y agigantarse en buenas tandas por ambos pitones. A pesar del aplomo que demostró, especialmente en las manoletinas finales, sus lances fueron punteados en varias ocasiones, defecto que esgrimieron más tarde quienes justificaron al presidente y el hecho de que solo le concediese una oreja.
Aún así, la bronca al palco fue monumental, puesto que el respetable apeló a la desmedida generosidad de otras tardes.
Pero la tarde no terminó en José Tomás, ni mucho menos, la «insolencia» del mexicano Saldívar gustó y mucho, y sirvió de broche excepcional a una tarde histórica.
El de Aguascalientes fue un verdadero derroche de entusiasmo y ambición, y exhibió un magnífico repertorio de capa.
A punto estuvo también de llevarse un buen susto precisamente por no atemperar sus formas. En un desplante levantó los brazos y el toro se le arrancó por la espalda, sin consecuencias.
Saldívar toreó con excelencia al tercero por ambos pitones, quizá el mejor ejemplar de la tarde, y con especial profundidad al natural.
Con el sexto se tuvo que esmerar mucho más, puesto que el enemigo le exigió al máximo. Dejó la muleta en la cara del toro y enlazó una tanda de magníficos derechazos, un tanto acelerados, pero de excelente templanza. Aguantó varias coladas y las postreras manoletinas fueron coreadas con «ays» en lugar de «olés».
A Puerto solo se le pudo ver con el primero, puesto que el cuarto no tuvo apenas recorrido, fue una faena reivindicativa con la que el madrileño exhibió una gran experiencia y mando, aunque solo le duró una tanda y media. Le faltó enemigo.