Hasta los japoneses vienen a comer sushi al Mercat de l’Olivar. El pasado martes había un bullicio tranquilo que atrae a docenas de personas en busca de un tapeo en la zona de las pescaderías. Entre gambas rojas recién capturadas y calamares de potera, una legión de extranjeros, pero también residentes, acude en masa en busca de ostras, champán y piezas de sushi. Y eso que es una jornada tranquila. Los viernes y sábados a mediodía la zona de pescadería acoge un enjambre de paladares ansiosos por una copa de Moët Chandon, sashimis y canapés de salmón. Tampoco faltan los forofos del calamar a la romana o la sepia a la mallorquina.
«Esto está tranquilo», dicen María y Alexandra, que trabajan en uno de los puestos de sushi del Olivar. Pese a todo, no faltan los alemanes residentes que vienen en busca de ostras frescas y una botella de Don Perignon a 340 euros. María y Alexandra se han acostumbrado a una clientela internacional que va desde los germanos a ingleses «e incluso japoneses que nos piden sushi».
El dueño de este puesto es Tolo Torrens, tercera generación de pescaderos del Olivar, que hace quince años, junto a su hermano Toni, decidió cambiar la actividad: de la venta de pescado a servir ostras. «Fuimos los primeros y después todo el mundo se subió al tren». Tolo y Toni cogieron las riendas de la pescadería Pedro y Antonia, de sus padres. El resultado fue tan satisfactorio que ahora cuentan con un gran puesto de cocedero de marisco, otro de ostras y uno de sushi, que abrió justo hace un año. Han sabido coger la ola para que el negocio familiar perviva.
Innovación
En una de las mesas de este negocio se sientan Fred y Ria Metz, que vienen directos desde Bayern. «Llevamos muchos años viniendo a este puesto a comer ostras, son buenísimas. Nos gusta mucho el ambiente del mercado», cuentan estos alemanes que se han alojado en un hotel. Pero es cada vez más habitual ver a europeos que ya cuentan con residencia en la Isla y vienen directos a buscar el tapeo del Olivar.
«Vivo en Camp de Mar desde hace muchos años y siempre que me visitan amigos, los traigo aquí a comer», cuenta Sergei, de nacionalidad rusa y un perfecto español, mientras degusta una buena ración de ostras. Pedro Torres, padre de Tomeu, señala que «la gente tenía ganas de comer ostras. Nada más abrir la venta de su degustación, vimos que sería un éxito», cuenta el empresario pionero. Y afirma que, en contra de lo que pueda parecer, «no es tan caro. Tres ostras y una copa de cava cuesta diez euros».
Ariel Bazán, propietario del puesto Daruma Olivar, especializado en sushi y ahora ostras, advierte que tiene clientela toda la semana. «Tenemos extranjeros residentes que incluso vienen aquí dos veces a la semana. Y unos ingleses no fallan ni un sábado, se traen incluso a grupos de amigos», explica. Bazán, que cerró su restaurante Daruma de la Costa de sa Pols para centrarse en su puesto del Olivar, declara que la decisión la tomó «para poder conciliar. He ganado en calidad de vida y puedo estar con mis hijos».
«Hay extranjeros residentes que vienen aquí dos veces a la semana y los sábados estamos a reventar» Ariel Bazán DARUMA SUSHI
La actividad gastronómica del mercado se dispara entre las doce del mediodía y las cuatro. «En 40 metros cuadrados trabajamos once personas para atender toda la demanda. El sábado esto está a reventar», explica, mientras defiende que la actividad gastronómica es un revulsivo para las ventas de la pescadería. «Nos necesitamos los unos a los otros. Es verdad que somos un mal necesario, pero nuestros clientes acaban comprando pescado y al revés, van del puesto a nuestras mesas», afirma el restaurador. En una de sus mesas está Fernando Antonio, degustando sashimi con tenedor, mientras le acompaña Teresa Verger, que acaba de comprar un kilo de gamba roja. «Venimos aquí todos los fines de semana», afirman.
La teoría de Bazán la confirma Juan Torres, propietario de Peixos Carmen. «Los clientes van de un negocio a otro. Es cierto que hay que tener una medida, establecer unos límites» que no terminen fagocitando la venta de pescado. Pero en general, afirma, están satisfechos.
«Los clientes van de un puesto a otro y hay que ser realistas: los pescaderos estamos en extinción» Juan Torres PEIXOS CARMEN
«Tenemos que ser realistas. Los pescaderos estamos en peligro de extinción, se jubilan y no hay gente nueva. Y no está bien que se vacíen los puestos. Además, no coincidimos en horario. Los compradores vienen a primera hora y los tapeadores llegan a partir de la una». El Olivar ha dejado de ser secreto y atrae a paladares internacionales.
La verdad que se han cargado en encanto que tenía y está enfocado para el turismo. Sin ir más lejos paseba con mi mujer por palma y pensé en ir a picar algo. Me puse a hacer cola en un sitio y detrás de mi se colocó un alemán. Al momento de tocar mi turno el dependiente también extranjero ni me miró a la cara se puso a hablar en alemán con el de detrás y ni puto caso. Una vergüenza. No volveré nunca más.