Alfonso López Bermúdez, graduado en Trabajo social y docente de la UIB, investiga para su doctorado el fenómeno del sinhogarismo en Baleares. La falta de datos cuantificables de las personas sin hogar en las Islas y el rápido crecimiento de esta problemática dificultan un abordaje adecuado del fenómeno. Los recursos residenciales públicos y de las entidades sociales están desbordados.
¿Por qué decide estudiar el sinhogarismo en Baleares?
Hay una carencia histórica de datos y los recuentos que hay se refieren casi exclusivamente a Palma, otros municipios ni siquiera cuentan. Investigo el sinhogarismo desde el año 2020. Es un fenómeno que cambia con rapidez y es preciso aplicar técnicas avanzadas para adaptarse a ese cambio. El sinhogarismo ha pasado de unas 643 personas según el último censo en Baleares del INE del año 2022 a superar las 800 personas según el último recuento que han hecho las entidades sociales este año sobre los servicios prestados en 2023. Podemos esperar un crecimiento de entre un 30 y un 40 % cada dos años manteniendo el ritmo actual si no ponemos soluciones.
¿Cuál es su abordaje?
Lo que yo hago es un estudio sobre la calidad de vida de las personas sin hogar. Abarca un amplio espectro de 517 personas. A través de los profesionales que les atienden mido la calidad de vida de forma objetiva, no desde la subjetividad individual de cada persona, y lo que me estoy encontrando es que la calidad de vida es la gran olvidada en los recursos residenciales, antes conocidos como albergues.
¿Mejorar la calidad de vida de las personas sin techo no debería ser prioritario?
El problema es que la crisis de la vivienda no está dejando a las personas sin hogar la posibilidad de salir de esos recursos (albergues) que en teoría deberían ser temporales y que cada vez se ven más saturados. Es como si acudieras a urgencias con una herida y no pudieras salir del hospital. En los recursos residenciales se ven perfiles que no deberían verse. Hay muchas personas que tienen empleo estable, pero que no pueden pagar una vivienda. Eso satura los recursos y obliga a los trabajadores sin hogar a cronificarse en una situación en la que no están cómodos. Una de las conclusiones de mi trabajo es que residir en un recurso residencial más tiempo del necesario al final empeora tu calidad de vida.
La pérdida de empleo y las adicciones eran tradicionalmente las causas más comunes para acabar viviendo en la calle. ¿Cuál es el nuevo perfil?
El anterior perfil se esfumó. Antiguamente quien vivía en un asentamiento o en una caravana iba subsistiendo como podía, con muy pocos ingresos. Ahora el que tiene un trabajo y una nómina está en una caravana, el que no tiene un trabajo pero tiene algunos ingresos en un asentamiento y al resto no le queda otra que estar en un recurso residencial. En los albergues encontramos desde menores emancipados a mujeres víctimas de la violencia de género… Hay que buscar soluciones efectivas para ayudar a un perfil más amplio.
¿Todos comparten un mismo espacio?
Es verdad que en Mallorca los recursos residenciales están más o menos especializados. Vas al servicio de primera acogida si acabas de llegar, a Ca l’Ardiaca si tu situación se ha cronificado, a la Placeta si eres mujer… Pero al final todos ofrecen lo mismo: una cama en una habitación casi siempre compartida con los mismos horarios y condiciones. Si adaptamos esas condiciones a cada uno de los perfiles existentes, es cuando el albergue será un recurso para su recuperación. Los albergues se están convirtiendo en alquileres de bajo coste sin posibilidades de reinserción, todos sus usuarios están cronificados y no pueden salir. A la cola quedan el resto. Es como un grifo que no deja de gotear.