Marlene Urzúa sonríe porque es una mujer nueva, rehabilitada, aunque, a veces, cuando pasa por delante de una administración de lotería, una voz en su interior intenta tentarla para que entre y compre un décimo. «No lo voy a hacer, me juego mi matrimonio y mi vida. He visto a compañeros de tratamiento recaer y terminar durmiendo en la calle porque se habían arruinado. No quiero esa vida, no quiero ser esa persona», confiesa esta chilena de 64 años, que llegó a Mallorca hace dos décadas. En esa época ya estaba inmersa en su adicción al juego, pero ella no lo sabía, o no quería creerlo.
«Cómo no iba a ser adicta si yo, que era gerente de una discoteca en Santiago de Chile, cuando terminaba mi turno, me iba al bingo 'a pasar el rato'. Mis días libres, por ejemplo, mi plan era recorrer 130 kilómetros hasta la ciudad costera de Viña del Mar para ir al Casino. Me iba con una amiga a jugar a las tragaperras. Allí estábamos desde las 15 horas que abrían las puertas hasta las 3 de la madrugada, sin parar hasta que nos echaban. Normalmente me olvidaba de comer o beber», recuerda con pesar esta mujer.
El de Marlene es el testimonio de una de las personas que con la ayuda de la asociación Juguesca ha conseguido superar su adicción al juego. Este servicio, que se puso en marcha hace 32 años, fue pionero en Mallorca y acaba de cerrar sus puertas ante la falta de apoyo institucional y a la aparición de otros recursos similares. Durante este tiempo han ayudado a unos 2.000 usuarios y sus familias. También han vistos sus responsables cómo cambiaba el perfil del adicto: de los llamados 'jugadores puros', de los que jugaban a las máquinas tragaperras o a la ruleta de toda la vida y tenían problemas con el alcohol, en favor de polijugadores que apuestan por igual en red que de forma presencial en las salas de azar.
Marlene vino a vivir a Mallorca con su hermano cuando cerró el negocio en el que trabajaba por defunción y se encontró con una mano delante y una detrás. Durante ese periodo de tiempo se gastó en juegos de azar el dinero del finiquito, así como lo que ganó por la venta de su vivienda y de un coche 4x4. «No quiero ni pensar lo que hice con el dinero, malgastarlo... Y yo estaba tan tranquila. ¿Ludópata yo? Pero si ni siquiera conocía lo que significaba esa palabra», dice.
En Mallorca se casó, pasó a trabajar como vendedora en un kiosko de la ONCE y su afición al juego continuó: compaginaba el bingo y las tragaperras con comprar sus propios productos: «Me decían en la sede que era una de las mejores vendedoras. Claro, compraba yo los décimos, los 'rascas'.... me llegué a gastar una media de 200 euros diarios jugando, mi sueldo era de 1.000 euros. No llegaba a final de mes, claro, tiraba de anticipos. Pero un día mi mujer comenzó a extrañarse de que me faltara de dinero; consultó las cuentas y se dio cuenta de que no era normal».
En este sentido, Marlene relata que su esposa le dijo 'el juego yo', así que no tuvo que pensárselo mucho. «Empecé tratamiento con el equipo de Juguesca en 2020. En las reuniones entendí que estaba enferma, que jugar compulsivamente no era una distracción sin más, y que nunca te recuperas, siempre tienes que estar alerta y evitar la tentación». Por supuesto, tuvo que dejar su trabajo, era una tentación demasiado grande porque reconocía a muchos adictos como ella, comprando décimos o paquetes de 'rascas' que usaban delante de ella. «Tenemos un brillo especial en los ojos. Una vez, vino un padre para rogarnos que no les vendiéramos más a su hijo de 18 años. Es una pena...».
Ha pasado un tiempo desde que Marlene acabó su tratamiento, y lo que más le preocupa es que el juego esté por todas partes: «Tengo las herramientas para luchar contra la tentación, pero si vas por la calle no paras de toparte como una administración de lotería, un puesto de la ONCE, una casa de juegos, una tragaperras en un bar... miro a mi mujer, me sonríe y me dice firme 'ni se te ocurra', y seguimos caminando de la mano», finaliza.