Alicia, una joven administrativa, alquila una habitación en un piso en Palma por 550 euros. «A la larga, no es rentable pagar este precio por un alquiler de un cuarto», cuenta la joven. La propietaria de su vivienda ofrece habitaciones con derecho al uso de las zonas comunes, un modelo de arrendamiento que hasta hace poco tan solo era común entre estudiantes. «Buscar una habitación ha sido horrible. Aunque hay muchas ofertas, la mayoría son desorbitadas en cuanto a precio y condiciones», explica. Se ha llegado a encontrar anuncios en los que la fianza era la suma de dos o tres meses del precio del alquiler.
La búsqueda de su alojamiento le llevó alrededor de 20 días, en los que visitó tres alternativas. Esta experiencia le llevó a una conclusión: «Aunque estemos pagando, somos los inquilinos los que tenemos que amoldarnos al alquiler». Aun así, Alicia está satisfecha con las compañeras que le «han tocado», porque recuerda que nada se elige en el arrendamiento de estancias. «La situación actual es amarga. Si en el futuro yo quiero vivir en la Isla, sé que no voy a poder ahorrar», se lamenta la administrativa.
Un futuro incierto
Cuando piensa en el futuro, sabe que si el panorama inmobiliario actual no mejora, deberá replantearse su vida. «Para irme a vivir sola, o me mejoran las condiciones de trabajo o tendré que pedir un préstamo, por el simple hecho de querer un espacio individual», reflexiona. Reconoce que a veces medita la posibilidad de acceder a un alquiler para ella sola, pero se choca con una realidad en la que es imposible, las condiciones son peores por el doble de precio. También, en sus planes de cinco a 10 años vista, no cree que sea posible comprar una casa. «Para pedir una hipoteca, necesitas tener dinero ahorrado», un aspecto que con los gastos de alquiler y el coste de la vida actual no es posible para ella.
Tanto ella como sus compañeras de piso son profesionales, con un trabajo y unos estudios. A pesar de ello, no pueden permitirse una independencia total. Aun así, compartir piso con trabajadores es una experiencia totalmente diferente a los pisos de estudiantes, según Alicia. Un aspecto que ha notado en el horario, por ejemplo. «Por la tarde-noche queremos llegar a casa, cenar e irnos a dormir», cuenta la joven. Las chicas con las que comparte piso tienen la misma opinión. «Nos estamos acostumbrando a una situación que no es normal. Cuando una persona es trabajadora, tiene un contrato, unos estudios… Y parece que estás suplicando por una habitación, cuando se supone que es un derecho», argumenta su compañera. A esto se suma el estrés generado por la incertidumbre del mercado inmobiliario.