Con más de dos millones de suscritos a su canal de YouTube, Xuan Lan (París, 1974) ganó popularidad durante el confinamiento por pandemia enseñando yoga a diario, a través de las redes. Esta profesora de yoga y experta en bienestar presenta su tercer libro La buena hija vietnamita este viernes a las 19 horas en La Casa del Libro, de Palma, donde también firmará ejemplares.
En este libro propone reflexiones en base a su autobiografía, de hecho está escrito en primera persona.
—Me he dado cuenta de que la gente me conoce por lo que doy pero no por quién soy. Conocen mi contenido, las clases o lo que subo, que es yoga, meditación y herramientas de bienestar pero raramente hablo de mí y recibo muchas preguntas, quieren conocerme mejor. Por eso en este libro mi vida e infancia sirven de hilo conductor para explicar cómo he llegado a donde estoy ahora. La vida actual es acelerada, la gente quiere comida, salud o dinero rápido y esto no va así. Todo lo que he conseguido es un camino, un trabajo de introspección y de desarrollo profesional. Uso lo que conozco mejor, mi vida, mis lecturas, mis enseñanzas para explicar cómo ha sido mi recorrido, de la banca al yoga, para que los lectores hagan el suyo. Recibo muchos comentarios y mensajes porque al final mucha gente se identifica, aunque no sean franceses o vietnamitas, todos hemos aprendido por prueba y error y en algún momento todos nos preguntamos ¿en qué momento estoy? ¿Puedo mejorar? Y usando esta historia personal mucha gente quiere revisar la suya. Es un trabajo de autoterapia.
¿Fue fruto de la crisis de los 40?
—Puede coincidir, en mi caso fue a los 35 o 36, algo antes. Me interesé por el yoga, una disciplina espiritual, a los 20 y pico pero estoy de acuerdo en que es cuando la mujer cambia de ciclo o de década cuando se hace estas preguntas. El 75 % de mi público son mujeres.
Se hizo popular en pandemia ¿cómo fue?
—Como mucha gente decidí ayudar de manera voluntaria, dar algo en un momento difícil y estresante, había quien hacía conciertos o manualidades para niños y yo di clases de yoga durante los 75 días de confinamiento, a la misma hora. Conseguí mantener el ritmo y mucha gente que siempre tenía excusas para probar el yoga aprovechó el momento, se enganchó y vio que realmente le ayudaba a sentirse mejor. Algunos necesitaban momentos de soledad en una casa llena de gente y otros que vivían solos me decían que era su compañía. He podido ayudar de alguna manera.
¿El yoga engancha?
—El bienestar engancha. Sentirse bien cuando hemos estado mal, recuperarse de un dolor de espalda, meditar después del estrés, disfrutar más de la vida… El problema es que hay tanto entretenimiento que genera dopamina que dificulta la disciplina necesaria. El bienestar se consigue, no es un estado normal, pero hay que tener fuerza de voluntad. Mi trabajo es enseñar que una buena salud mental y física necesita constancia, que es como lavarse los dientes cada mañana.
¿Quien lea el libro se planteará si vive la vida que quiere?
—Puede haber un término medio pero el destino diseñado normalmente por los padres no suele ser el ideal y hay que coger lo mejor de esa parte y hacerse la pregunta de qué quiero ser, qué huella quiero dejar a mi alrededor. No es que haya que dejar un trabajo para irse de mochilero sino encontrar una vida que te llene con motivación, más allá de las obligaciones. Un propósito de vida puede durar un tiempo, como cuidar de tus hijos y luego cambiar, pero es a largo plazo. Para mí es viable. Llevo 14 años enseñando y dedicándome al yoga pero he evolucionado. Soy empresaria, tengo empleados, hago eventos, divulgo alrededor del mundo...
¿El yoga es una respuesta o es el camino?
—Es un camino. La respuesta tenemos que buscarla nosotros dentro pero no dedicamos tiempo a escucharnos en silencio. Hay que indagar, es una herramienta.
¿Qué le diría a los que dicen que es un deporte?
Tiene una parte física pero el objetivo último es mental y no se puede desligar. Hacer posturas no es yoga, meditar y no cuidar el tiempo tampoco.
¿Por qué el título de ‘La buena hija vietnamita’?
—Para aclarar quién soy porque es confuso con mi acento francés. Fue idea de mi editora porque es una parte muy importante de mi personalidad. Mi familia sentó las bases de quién soy ahora y pasar de ser niña inmigrante de primera generación que tiene que ser buena hija, niña, estudiante, que ha sido el caso, me ha obligado a salir de este marco para encontrar la respuesta a mis preguntas. Es un punto de partida y hay que amarlo aceptarlo y criticarlo a la vez.