Carlos Garrido (Barcelona, 1950) acaba de reeditar su libro No vendas tu isla, no vendas tu alma, publicado en 1995 y que cobra plena actualidad. Hace casi 30 años, este libro hablaba de masificación desenfrenada, pérdida de calidad de vida para los residentes, colonialismo cultural y destrucción de recursos.
Reedita un libro más vigente que nunca, pero ¿cuál fue su origen?
Antes que nada, quiero decir que es un libro de prosa poética. No es una tesis técnica sobre lo que hay que hacer ante la masificación. A finales del siglo pasado, viví en Barcelona, con retornos intermitentes a Mallorca. Residía en un piso oscuro del Eixample y sentía nostalgia de los rincones de las Islas que me despertaban sentimientos y emociones. De ahí que escribiera el libro, con una visión diferente del turismo.
Y lo escribió en una época en la que no se sufría la situación actual.
Ya se veía que todo un mundo estaba en peligro, por lo que quise dar un toque de atención en un tono filosófico. En esa época, la doctrina oficial era que el turismo era muy beneficioso para todos. No se podía decir nada contra el turismo. Estaba muy mal visto.
Ahora todo eso ha cambiado.
Porque el turismo ha llegado a un punto álgido de la sociedad de consumo y del capitalismo, hasta el punto de que lo que vivimos ahora es incluso más un problema de carácter moral que económico.
Una moral de especulación inmobiliaria y lógica del dinero y del mercado.
Si no tienes un respeto por el paisaje, un vínculo con la tierra, luego no puedes defenderla. Hay que sentir la necesidad de conservar cosas de las que has disfrutado para que también las puedan disfrutar tus hijos.
Dice que su libro no es una propuesta técnica, pero ¿puede sugerir alguna solución?
No la sé. Plantear una fórmula mágica aislada ante este tsunami me parece un poco utópico. Es que se ha dado una tormenta perfecta: aluvión de turistas, sobrepoblación por la inmigración trabajadora, precios low cost... La solución es muy difícil. Supongo que se puede poner sobre la mesa la restricción de aviones, barcos o coches de alquiler... La realidad física, humana y de recursos naturales de nuestro territorio es limitada y resulta que hemos acelerado su sobreexplotación, como si no pasara nada, como si no hubiera consecuencias. Y vemos que no es un problema exclusivo de Baleares, sino que se ha extendido a otras partes del mundo.
¿Qué le parece el Pacte per la Sostenibilidad que ha puesto en marcha el Govern?
Me parece un parche, como otras iniciativas. La situación actual es el fracaso de todos los políticos. Es muy llamativo ver campañas de promoción turística cuando está muy claro que no son necesarias. Y luego están las consecuencias económicas y sociales, con una vivienda carísima. Me parece muy fuerte que en Eivissa haya gente viviendo en tiendas de campaña.
Su libro se anticipó, fue visionario, pero ¿alquien le hizo caso?
Nadie. El libro no interesó nada. Ahora hay un mercado en el que actúan grandes grupos inmobiliarios. Mi libro ya advertía de todo un patrimonio que desaparecía e intentaba lanzar el mensaje de no vender nuestras islas a cambio de un dinero que, como se puede comprobar ahora, no sirve de mucho ante unos precios que no paran de subir. Sí he comprobado que a la gente no le gusta que le digas que no venda su casa o su finca, pero la realidad es que, en un mismo mercado, nosotros tenemos un poder adquisitivo y otros lo tienen mucho más alto. Hay una competencia desigual en un mismo mercado. Socialmente, la situación es grave, de emergencia. Aun así, he llegado a ver un cartel en Ciutadella de venta o alquiler, ahora no recuerdo, que se dirigía sólo a residentes.
¿Cree que ahora se hará más caso a su libro?
No lo sé. Sólo puedo decir que es una invitación a la reflexión ante un crecimiento que tiene que dejar de ser constante y ante la pérdida de un patrimonio sentimental y emocional. Invito a sentir empatía por el paisaje, a no tener que renunciar a volver a aquellos lugares que han supuesto algo para nosotros porque ahora son muy caros, están destrozados o llenos de motos acuáticas. Estamos sufriendo un turismo que no sabe ni en qué lugar se encuentra y sólo se guía por un consumo bestial.