A Zahna Ivanova todo el mundo la conoce como Janet. Nació en Bulgaria, donde llegó a ser jefa de cocina de un restaurante, pero hace años decidió hacer el petate y mudarse a Mallorca junto a una amiga y su hija, sin hablar una palabra de español, para labrarse un porvenir y huir de la corrupción galopante de su país natal. Es toda una fuerza de la naturaleza a pesar de haber superado dos infartos cerebrales, que le hacen convivir con secuelas tales como temblores y migrañas crónicas. Este fue el motivo de que se cansara de compartir piso con gente con la que no tenía casi relación y decidiera buscar algo más estable. «Necesitaba sentir de una vez que tenía un hogar», señala. Por fin lo ha conseguido.
Hace tres años oyó hablar del programa 'Viure en companyia', de la asociación Intress, que busca ofrecer alternativas de vivienda a personas mayores de 60 años que no tenían opción para alquilar un piso por medios propios. Es una afortunada porque encontró plaza en una de las cinco viviendas que esta entidad gestiona en Palma. Así, Janet empezó a convivir con tres compañeros más, todos con un pasado similar. Dos de ellos son el venezolano Víctor Guedes, de 59 años, y Ambrosio Sierra, de 79 años, un extremeño que llegó a Mallorca en los 60, está divorciado y tiene poca relación con sus hijos. Para este último, con una pensión modesta este programa le va a permitir vivir con cierto desahogo los años que le queden de vida.
El Institut de Treball Social i Serveis Socials puso en marcha el programa en 2021 gracias a una convocatoria de la Obra Social la Caixa a través de la cual se subvencionó una parte del proyecto: «No es un piso de transición, la gente que viene a las viviendas se queda el tiempo que quiera. Solo se van de forma voluntaria o, si por su edad o necesidades, ya no pueden vivir solos», explica Coloma Reynes, responsable del área de personas mayores de Intress.
Los requisitos para poder entrar en una de las cinco viviendas comunitarias es que los usuarios hayan cumplido al menos 60 años y puedan costearse una cuarta parte de los gastos, el resto corre a cargo de la esta entidad. La edad media de los usuarios ronda los 67 y 69 años, pero tenemos un residente octogenario; la mayoría tiene pensiones no contributivas, un 53 % son hombres y un 47 % mujeres. El balance de estos dos años es muy positivo, pero sin ayuda institucional, a Intress le resulta imposible ampliarlo y y hay una lista de espera de 45 personas para obtener un plaza.
«Cada piso funciona de forma independiente, organizan asambleas y reparten las tareas. Ellos se lo montan como quieren. En algunos, uno de los inquilinos es muy cocinillas y no le importa cocinar para todos, en otros, cada uno hace la compra y se reparten los turnos para usar la cocina», al tiempo que hace hincapié en que no todas las personas mayores tienen el perfil de vivir en una residencia. «Hacen falta más opciones, más diversidad», apostilla Reynes.
En el caso del piso que comparten Ambrosio, Janet y Víctor, ella limpia la casa; Ambrosio, que todavía conduce, lleva a sus compañeros a donde lo necesitan y, además, hornea un pasteles que 'quitan el sentido'; y Víctor es el manitas de la casa. Este venezolano llegó a la Isla hace cuatro años. Trabajó durante 30 años como localizador de exteriores para cine y como operador de cabina en radio, pero los últimos en su país le dejaron en el paro; por eso decidió emigrar a España y empezar de 0.
Llegó a Mallorca en 2019, pidió el asilo político y se lo denegaron seis meses después. Con la pandemia de por medio, se encontró viviendo en la calle. No fue una buena experiencia para una persona como Víctor: «Fue durísimo, no se lo recomiendo a nadie», confiesa este hombre que, gracias Cruz Roja, encontró poco después un cuarto en el Arenal y, luego, un trabajo temporal como técnico de control de vías públicas, lo que le permitió alcanzar cierta independencia económica y entrar en el programa 'Viure en companyia'.
Ahora estudia un curso de domótica, intenta olvidar su etapa en la calle y empieza a sentir que Mallorca es su nuevo hogar. «La mayor parte de mi familia vive en Estados Unidos, pero gracias a la convivencia de estos dos años en el piso, he descubierto que tengo una nueva familia. Se agradece algo así viviendo a miles de kilómetros de tus allegados». Esta experiencia comunitaria permite a muchos mayores a crear una red de apoyo que nunca esperaron encontrar. Porque el roce hace el cariño.