El jurista Josep Lluís Sureda i Carrión (Palma, 1923) es seguramente uno de los mallorquines más influyentes de la segunda mitad del siglo XX desde la discreción de su saber experto. Catedrático de Economía Política y Hacienda Pública de la Universitat de Barcelona durante 35 años, fue asesor de Josep Tarradellas y Joan March Ordinas, presidió Caixa Catalunya y fue consejero del Banco de España (el único mallorquín junto a Carles Manera) en una larga trayectoria reconocida por la Creu de Sant Jordi (2004) y el Ramon Llull (2011), entre otros premios. Familiares, discípulos y amigos le homenajearán el próximo 3 de noviembre en Palma con motivo de su centenario.
Usted fue asesor de Josep Tarradellas en la negociación del acuerdo con Adolfo Suárez que hizo posible el retorno del presidente exiliado y el restablecimiento de la Generalitat de Catalunya en 1977. ¿Cuál fue la clave para conseguirlo?
Suárez quiso conocer a Tarradellas, lo invitó a venir a España y se entrevistaron. Y ese primer encuentro fue una pelea brutal, porque Tarradellas le pidió el restablecimiento de la Generalitat y Suarez le dijo que ni hablar. No obstante, al salir de la reunión, Tarradellas declaró con su mejor sonrisa a los periodistas que todo había ido muy bien y que en los próximos días se entrevistaría con el ministro del interior, Rodolfo Martín Villa, para seguir avanzando. Allí es donde Suárez se convenció de que Tarradellas era un personaje político de mucha altura que tenia muy claro lo que quería.
Cuarenta y seis años después de aquellas negociaciones es inevitable establecer paralelismos con la actualidad. ¿Cómo considera que está llevando Sánchez el tema catalán?
Lo está llevando bien, porque los problemas políticos se solucionan sentándose a negociar soluciones políticas, como hicieron Suárez y Tarradellas en su momento.
Tarradellas decía que en política se han de hacer las cosas de una cierta manera y que se puede hacer de todo menos el ridículo.
Son dos frases que le retratan muy bien (ríe). Jordi Pujol le menospreciaba como político. Recuerdo oírle comentar con desdén: «Tarradellas me ha ofrecido su archivo, que cuatro recortes de periódico que no sirven para nada, por 40 millones de pesetas», y lo cierto es que el fondo documental de Tarradellas era importantísimo, como se puede comprobar actualmente en el monasterio de Santa Maria de Poblet. Tan importante que un discípulo mío, Josep Maria Bricall, hizo sus dos magníficas tesis doctorales de Derecho y Economía documentándose con ese archivo por recomendación mía.
¿Qué opinión le merece Jordi Pujol?
Un buen pájaro (sonríe). Hizo una cosa nefasta: suprimir la comisión de traspasos Estado-Generalitat, que funcionaba muy bien con expertos en las diferentes materias. La sustituyó por su conocida política del «peix al cove» para negociar personalmente lo que a él le daba la gana. Todavía me parece impresentable.
Usted se licenció en derecho en Barcelona (1943), se doctoró en Madrid (1948) y durante 35 años (1953-1988) fue catedrático de Economía Política y Hacienda Pública de la Universitat de Barcelona, donde ejerció de maestro y referente de toda una generación de economistas tanto desde la facultad de Derecho como la de Ciencias Económicas y empresariales, de la cual fue el primer responsable por encargo directo del ministro Joaquín Ruiz Giménez.
Fue complicado ponerla en marcha, porque había muy pocos catalanes con carrera de económicas y los que había no me gustaban...Tuve que encargarme de tres cátedras, algo excesivo, pero salimos adelante
En Barcelona combina la universidad con la asesoría externa y se incorpora a Fecsa de la mano de la Familia March. Y aquí viene su trabajo en el caso de la compañía eléctrica Barcelona Traction...uno de los más estudiados del derecho internacional público, que duró 12 años (1958-1970) y que significó una victoria del Estado español y los intereses de Juan March Ordinas ante las demandas de otros países ante la Corte Internacional de Justicia.
El peso cayó sobre mi porque era el que más sabía de economía, pero formábamos un equipo muy sólido de juristas nacionales e internacionales. A Joan March le gustaba vernos discutir el enfoque del caso, se sentaba en una silla y nos escuchaba en silencio. Sé que después comentó «aquí el más listo es Sureda» (sonríe)
Joan March compró por 10 millones de pesetas una empresa como Barcelona Traction que en realidad valía miles de millones. No son pocos los que la consideran una operación de piratería financiera.
Evidentemente, fue un gran negocio. Pero March se lo ganó porque primero gastó una fortuna comprando obligaciones que no valían nada. Hizo una apuesta legal y arriesgada. Y la ganó.
Usted escribió el libro «Fantasia i realidad en el expolio de Barcelona Traction. Un apunte para la biografía de Joan March». ¿Que hay de fantasía y que hay de realidad alrededor de la figura de Juan March?
Se le tildaba de contrabandista de tabaco, por ejemplo, cuando lo que hizo fue comprar una fábrica de tabaco en Orán (Argelia) y de allí vendía a todo el mundo.
Fue vicerector de la Universitat de Barcelona (1977-1982); miembro del Consejo de Universidades (1984-1988) y formó parte del Consejo promotor de la Universitat de es Illes Balears, que en 2016 le nombró Doctor Honoris Causa. ¿Se siente reconocido en Mallorca?
Sí, me siento reconocido. Como mallorquín, fue un gran orgullo participar en esa fase previa de la UIB, y debo decir que, como miembro que era del del Consejo de Universidades, fue un placer «barrer para casa». El Honoris Causa de la UIB me hizo muchísima ilusión. Mi padre, Josep Sureda i Blanes, también lo fue (1984) y yo siempre he sido muy mallorquín a pesar de haber vivido fuera muchos años (se emociona).
Tras 35 años como catedrático de Economía Política y Hacienda Pública de la Universitat de Barcelona es usted el referente de toda una generación de economistas catalanes. El también economista Fabián Estapé, que durante la dictadura franquista colaboró con los planes de desarrollo, le llamaba «maestro».
Con Fabián Estapé no congeniábamos mucho, era un personaje un poco extraño. El editor Carlos Barral lo definió en sus memorias como un «perro callejero». Era una persona inteligente, pero no era de fiar.
¿Cuál es el secreto para llegar a los 100 años con su inteligencia y su memoria?
No hay secreto, supongo que es la fortuna. Yo no he hecho nada, lo que no he hecho es morirme (ríe)