En 1977 Steven Spielberg estrenó la icónica película Encuentros en la tercera fase, una obra maestra del cine fantástico. El protagonista, Richard Dreyfuss, es un ciudadano normal de Indiana que una noche descubre unos misteriosos objetos voladores cerca de su casa y se obsesiona con ellos. Un año después, en 1978, la Serra de Tramuntana mallorquina registró un acontecimiento único, que reunió –según datos de los medios de la época– a centenares de entusiastas del fenómeno ovni: una quedada nocturna en el Puig Major para presenciar un contacto extraterrestre. Que, por supuesto, nunca ocurrió.
Sin embargo, y para ser justos, la ‘ovnimanía' en Mallorca (y en especial en Sóller), es anterior al clásico de Spielberg. A finales de marzo de 1950 el diario Baleares publicó una historia que dio el salto al ámbito nacional. Un fotógrafo alemán afincado en Mallorca, Enrique Haussman, se dirigía de noche con sus ayudantes a fotografiar el amanecer –por encargo de un cliente– cuando una luz cegadora en el cielo los sorprendió entre Montuïri y Vilafranca.
Según su relato, se trataba de un gran disco giratorio, que atravesó el cielo con un sonido zumbante, de este a oeste. Y a una velocidad vertiginosa. Los fotógrafos trataron de montar sus equipos, pero Haussman solo tuvo tiempo de disparar con su vieja Linhoff. Y obtuvo una foto de un supuesto objeto volador que pasó a la historia. Sea auténtica o no.
El caso Roswell
Curiosamente, unos años antes, el 8 de julio de 1947, un pequeño pueblo del desierto de Nuevo México, en Estados Unidos, cobró notoriedad mundial. En Roswell, se recuperaron los restos de un aparato muy avanzado (algunos sostuvieron que era una estación meteorológica) «de origen alienígena», según se difundió en aquel momento. Luego circularon una imágenes de la autopsia a lo que parecían ser seres interplanetarios, aunque para algunos se trataba de simples maniquíes. Sea como fuere, Roswell, a día de hoy, sigue viviendo del turismo ovni. Una peregrinación incesante de ufólogos y curiosos. Hasta el McDonalds de la ciudad tiene un platillo volador de cartón en el tejado. Un reclamo irresistible. Y rentable.
En Mallorca hubo una relativa calma extraterrestre hasta el 28 de febrero de 1969, cuando un avión Caravelle de Iberia, que realizaba el trayecto Palma-Madrid con el código de vuelo 435, se topó con un objeto volador no identificado. Se trataba de un vuelo nocturno y la agencia Cifra informó del misterioso encuentro. Hasta Juan José Benítez, erudito de la época en materia alienígena, investigó el caso.
El potente aparato estaba pilotado por el comandante Jaime Ordovás Artieda y como segundo de a bordo iba Agustín Carvajal Fernández de Córdoba. Tras 19 minutos de ascenso, y a 26.000 pies de altura, activaron el piloto automático. La noche era clara y despejada. Espléndida para volar. De improviso, una luz blanca cegadora surgió ante ellos, a una velocidad vertiginosa. Era una figura triangular, que poco después desapareció de forma fulminante. El episodio saltó a los medios de comunicación y el Ejército del Aire tomó declaración durante varias jornadas a los dos pilotos. La conclusión oficial fue que lo que habían visto era «el planeta Venus».
A finales de los setenta la temática ovni arrasó en Mallorca y Sóller se convirtió en un punto neurálgico de avistamientos. El valle era un lugar de culto y peregrinación para los apasionados de lo desconocido y surgieron historias fantásticas sobre una base submarina extraterrestre frente al puerto solleric y extrañas luces nocturnas que aparecían y desaparecían tras posarse sobre colinas y montañas. Muchos residentes y visitantes escudriñaban el cielo con la esperanza de detectar algún objeto volador no identificado.
En ese contexto de fiebre ufológica, el 22 de junio de 1978 se llevó a cabo un encuentro ovni que pasó a la historia. Algunas fuentes hablan de 5.000 participantes, aunque lo más probable es que fueran varios centenares de aficionados los que se congregaron entre el Puig Major, el Gorg Blau y Cúber. Los coches aparcaron en cunetas y márgenes de la carretera y todos comenzaron a mirar el cielo, desde donde supuestamente debía llegar alguna nave especial de un planeta lejano. Desde las once de la noche a las tres de la madrugada aquella multitud, entre los que había apasionados devotos llegados de la Península, escudriñó el horizonte, buscando algún haz de luz. Alguna forma alienígena. La velada acabó en un fracaso estrepitoso y una avalancha de tortícolis.
Pero la decepción no impidió que un año después, el 11 de noviembre de 1979, se produjera uno de los grandes expedientes ovnis de la historia reciente: el incidente de Manises. El avión TAE-297 despegó de Son Sant Joan, donde había hecho escala procedente de Salzburgo, camino de las Islas Canarias. De repente, los pilotos detectaron en el cielo dos luces muy potentes de color rojo y la torre de control de Barcelona descartó que se tratara de otros vuelos comerciales. El comandante, temeroso de una colisión, pidió permiso para aterrizar en el aeropuerto de Valencia. Un caza Mirage F-1 salió a verificar de qué se trataba y sufrió interferencias en sus aparatos electrónicos.
Esa noche, en Sóller, el mecánico solleric Pep Climent fotografió un supuesto objeto volador sobre l'Ofre, que luego se convirtió en una de las fotos más icónicas de la ovnimanía en Mallorca. Le dejó los negativos a su amigo Joan Coll y por la mañana un capitán del Ejército del Aire se presentó en su taller y le pidió las imágenes. No las tenía allí, pero los militares visitaron después la popular cafetería Memphis, donde Coll guardaba el material y se llevaron las pruebas. Muchos años después, cuando se desclasificó el caso, Climent reclamó formalmente los negativos al Comandante Operativo Aéreo. Pero su rastro se había esfumado de repente. Casi como el de un ovni.
El apunte
El expediente Jomel de 1991, en Cala Tuent
El 15 de agosto de 1991, en Cala Tuent, se produjo el conocido como expediente Jomel. Un joven llamado José María Gómez Montiel acudió con su novia a aquel paraje de la Serra. Era una noche estrellada, de verano y, según su relato, se les apareció un objeto de gran tamaño muy luminoso del que surgió un «humanoide encapuchado». La pareja, aterrorizada, sostiene que emprendió una huida alocada. Como alma que lleva el diablo.