En las novelas de Julio Verne los globos eran unos artilugios que surcaban los cielos con tintes románticos y aventureros. Todo muy decimonónico. Ahora, los globos espías chinos detectados sobre territorio estadounidense han acabado de golpe con esa imagen tan entrañable y, de paso, han reavivado las especulaciones sobre el origen de los artefactos voladores. El lunes, un periodista del The New York Times formuló una pregunta muy directa al general del Pentágono Glen VanHerck: «¿Descartan el origen extraterrestre de los globos?».
El portavoz militar, que posiblemente había tenido mejores días, lanzó una bomba en forma de seis palabras: «No descartamos nada en este momento». La polémica, por supuesto, estaba servida. En cuestión de hora se viralizaron todo tipo de teorías conspirativas y se dispararon las especulaciones fantasiosas. Algunas delirantes. Y con los ovnis, un tanto de capa caída últimamente, de nuevo de moda.
En realidad, la crisis del globo chino, que para los norteamericanos era un artefacto espía y para los asiáticos una estación meteorológica, ha supuesto una crisis internacional y una guerra fría entre las dos superpotencias. El previsto viaje del secretario de Estado de EEUU, Anthony Blinken, a Pekín quedó arruinado y la tensión entre ambos países no ha dejado de aumentar. Con la posible invasión de Taiwán como trasfondo. Y con una demostración de fuerza de Washington, que envió a su caza más moderno a derribar el globo. Así pues, los únicos beneficiados de esta escalada han sido los ufólogos. Y los conspiranoicos.