Hay un ermitaño en Palma que por las mañanas pasea desapercibido por el centro de la ciudad. Hace sus recados vestido de punta en blanco. Coge el autobús y va a sus revisiones médicas y luego pasa por el supermercado. Por las tardes, se esconde en su cueva después de alimentar a sus 14 cabras, dos perros, gallinas y cuidar de las plantas.
Biel Ruiz (Tarragona, 1942) apaga un cigarrillo y se coloca otro en la boca antes de pestañear. Está delgado y fuerte y presenta en su rostro heridas de guerra. La guerra de una vida de perros. En marzo cumplirá 82 años y hace 22 que se mudó a una cueva entre el marger que encontró de pronto en los terrenos de Son Puigdorfila Vell.
«Me dijeron que si quería estar aquí, que no construyera nada con cemento. Y no lo he hecho». Durante estos años, Biel acondicionó la cueva sin ayuda de nadie, con madera y placas de aluminio. Él ha trabajado desde bien joven en la construcción y ha hecho tantas casas en Mallorca y en Menorca que ya ni se acuerda.
Si pasean por este sendero, es fácil localizar su morada, delimitada por una alambrada para proteger su intimidad. Si hace buen día, sale a pasear muchas horas y se lleva un bocadillo. En la puerta le pueden dejar comida, ropa o abrigo para el invierno. Su pequeño recibidor circular sirve de cocina, salón y ducha a la vez. Al fondo, la habitación, que está dentro de la cueva protegida con cartón por la humedad y tiene un cuadro de Jesucristo.
– ¿Es usted creyente, Biel?
– «Sí, lo soy. Siempre llevo la cruz colgada en el cuello», dice.
A estas alturas de su vida, ha perdido la ilusión. Le duele el estómago y no sabe por qué. Solo piensa en regresar a Tarragona o que le concedan una vivienda social en Palma, lleva años en lista de espera. «Me gustaría irme a un piso y venir por las mañanas al bosque a cuidar del terreno y de los animales. Pero no puedo abandonar todo esto, lo hago por mis cabras. ¿A dónde me las llevo? No puedo, no. Aquí me moriré», comparte con sarcasmo.
De todo a nada
Biel Ruiz no sabe escribir ni leer. De niño ya supo lo que es el trabajo. Con 21 años dejó el hogar familiar en el Catllar, en Tarragona, para mudarse a Mallorca. Ha sido obrero, agricultor y pagès. Cobraba en esa época en negro, por lo que ahora le queda poca pensión. Biel ha llegado a tocar tanto dinero como el que ha perdido. Su última profesión fue mantener una casa en Sa Calatrava. Estuvo allí bastantes años hasta que falleció la propietaria y se tuvo que ir por decisión del marido viudo. También tuvo un piso propio, muy cerca de la calle Sindicat, el único que ha comprado porque siempre ha vivido de alquiler por motivos laborales, ya que itineraba por todos los municipios de la Isla y del resto de Baleares.
«El piso lo pagué con caracoles. Pero me junté con una mujer y se lo puse a su nombre. Perdí la propiedad. He sido muy fiestero y borracho. Me he gastado todo el dinero y he hecho de todo. Pero nunca he robado y a mí me han robado mucho», admite. Cuenta por ejemplo –aunque entendemos que es una forma de hablar suya– que tiraba dinero por el balcón y estaba enganchado a las tragaperras. Biel es amante de Palma, pero cree que ya no es la ciudad que conoció: «Antes, los barrios eran más amigables, más cercanos. Me lo pasaba muy bien. Ahora tampoco queda tanta industria, ni trabajo para los mallorquines».
Tras vivir varias historias conflictivas, finalmente decidió montarse una choza en el cementerio. No era la primera vez que Biel había experimentado lo que es vivir en la calle. La policía le echó del camposanto, así que buscó otro refugio. Se fue bajo un algarrobo cerca del Colegio San Cayetano, donde duraría una semana hasta encontrar su actual cueva. Todo esto sucedió hace ya 22 años.
«He tenido muchos accidentes a lo largo de mi vida, todo por culpa de la bebida y de la mala vida. Cuando llegué a la cueva todavía bebía mucho. Una vez me caí aquí y me abrí la frente. Desde ese momento no he probado ni una gota de alcohol. Mira [enseña una bolsa repleta de botellas de cava], los vecinos me traen esto y no he abierto ninguna», explica.
En este bosque convive con dos personas sin techo. Tampoco se molestan, aunque Biel los conoce bien. Uno habita dentro de una plaza de toros abandonada. El otro, escondido entre el frondoso bosque. A veces Biel habla con uno de sus hermanos por teléfono, el único que le vino a ver hace ya mucho tiempo. «Vivir como yo es duro, pero te acostumbras. Yo me he criado en el bosque. Pero si pudiera, me iría ahora mismo, a Tarragona o a Palma. Pero las cabras...».
Creu Roja tiene constancia de su paradero y es muy querido en esta zona de Palma. Tiene ganas de estar en un piso, ahora que está mayor y se ve solo. «Yo vivo para trabajar y he estado de mil maneras. Pero el único vicio que no dejaré es el tabaco».
El apunte
Biel, a la espera de un piso social en Palma
Biel Ruiz, de casi 82 años, repite constantemente que está cansado y que lleva años solicitando un piso social en Palma. Le gustaría cambiar de vida, pero teme que, después de 22 años viviendo en el bosque, dentro de una cueva, aquí muera. Irse a un piso en Palma sería lo más factible, porque no quiere abandonar a los animales. Pero su sueño es volver a Tarragona, aunque no puede por no abandonar todo lo que ha construido en este terreno de la finca de Son Puigdorfila Vell. En la entrevista, Biel confiesa que si volviera atrás, no haría lo que ha hecho.