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«Mi cabeza decía que quería acabar con esto rápido, como si se fuera a borrar»

Lydia Vidal Martínez. | P. Pellicer

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La hija de Lydia, Vega Sánchez Vidal, nació sin vida el 4 de diciembre de 2020. Todo iba perfecto, estaba de 38 semanas y tenía una cesárea programada pero dos días ante, «dejé de notar que se movía». Aunque su cabeza le insistía en que todo iba bien, se acercó a la clínica de al lado de casa.    «Me pusieron las correas, y lo vi antes que ellos», asegura, y entonces «mi mundo era como si viera una película. No podía ser lo que estaba pasando». Ahora explica que tuvo un ataque de ansiedad, «salí diciendo que se habían equivocado, que no podía ser, que el ecógrafo no funcionaba...» Pero su ginecóloga se lo confirmó poco después.

Le provocaron el parto. «Fue un día horrible». Al nacer Vega vieron un nudo en el cordón umbilical, «pasa uno de cada 2.000 casos, no se suele ver en ecografía, y me tocó», lamenta su madre. «Dentro de la pesadilla lo mejor fue tenerla en brazos, poderla ver. Era una sensación de amor puro y de impotencia porque estaba perfecta». Pesó 3,150 kilos. Cuando esto sucede, señala Lydia Vidal, «estás tan en shock que no sabes qué hacer», pero con el tiempo, se arrepiente de no haber tomado alguna foto porque «en ese momento me pareció súper macabro».

Compartieron 10 minutos y de repente «me quería desentender. Les decía que se la llevaran. Mi cabeza decía que quería terminar con esto rápido, como si se fuera a borrar». Por suerte su ginecóloga tomó las huellas de Vega y se las ofreció poco después, «fue mi mayor regalo porque yo no lo hubiera ni pensado». Para Lydia y su marido comenzó un año de preguntas, de arrepentimiento, de culpa... Al principio no quería hablar con nadie, luego llegó la ansiedad, después se sumó a grupos de apoyos, a leer... «Y te das cuenta de la cantidad de gente que hay, me ayudó a no encontrarme sola», explica.

«Es algo que al entorno le cuesta encajar, mucha gente desaparece del mapa porque no sabe cómo acercarse», cuenta ahora, en una percepción que otras madres comparten. Dos años después ve con perspectiva que «Vega ha sido una idea para todos, pero yo sí he tenido que despedir a una hija». Desde la experiencia recomienda a clínicas y hospitales que pongan en marcha un protocolo «tanto para la parte ginecológica como para la psicológica. Es clave para vivir después el duelo». Por ejemplo, nadie les dijo en su día que es mejor ver al bebé, «luego te arrepentirás porque se te borra el recuerdo».

Y de lo que nadie escapa es de la burocrática, «no te puedes ir y desentenderte, hay que enterrarla, o incinerarla, hacer papeles... Cosas para las que no estábamos en ese momento», por lo que piden a una figura que asesore a las familias en la parte práctica. Por último, a su juicio, «los hombres son los grandes olvidados en estos casos, mi marido se tuvo que incorporar al trabajo», explica. «Sufren igual que nosotras, aunque cada uno tiene su proceso», añade Lydia. «Él no entendía que yo removiera, prefería pasar página pero al final esto te sale», dice mientras encoge los hombros.

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