«El sentimiento es que se desarraiga a las hermanas del lugar al cual han dedicado toda su vida». Así describe emocionada sor María Arrese que la dirección de la Compañía Hijas de la Caridad haya decidido reubicar a las monjas que desde hace más de 60 años viven en el colegio Sant Vicenç de Paul del Camp Redó, en Palma. Serán trasladadas al colegio de La Milagrosa para reagruparlas ante la falta de relevo generacional.
Arrese, que tiene 76 años, llegó al centro procedente de Catalunya con 21 años. A los 43 regresó a Barcelona, donde continúa trabajando en el campo social. «He tenido y tengo una vida feliz, pero aquella etapa fue inolvidable», asegura, y recuerda la importancia de la labor sanitaria y educativa que las monjas del centro hicieron en el barrio. «Estaba centrada en servir a los inmigrantes peninsulares, o de donde fueran, y que hoy diríamos refugiados», dice, y añade que buscaban dar oportunidades a los que no las tenían. Un objetivo cumplido en muchos casos: «Algunos niños de familias humildes hoy están socialmente bien posicionados, y eso ha sido gracias al carácter transformador de la escuela», según Arrese. También destaca que siempre han trabajado con planes semanales y unidades didácticas, y no con métodos tradicionales. Además de hacer las excursiones por la Serra de Tramuntana y rutas literarias con los alumnos.
«Nuestra obsesión no fue propagar religión», afirma Arrese, y sor María Dolores, de 92 años, la interrumpe:«Sólo queríamos ayudar». A su lado está sentada sor María Ignacia, de 89 años; ambas son las más veteranas. Participaron en la construcción del centro a finales de los años cincuenta haciendo de «paletas». «Subíamos cajas y sacábamos escombros», rememora sin dejar de sonreír. La imagen de una monja trabajando en la obra se entiende nada más conocerlas porque ninguna lleva hábito. «Hace unos años nos permitieron ir de seglar», explica sor Casilda, que en cuatro meses cumplirá 80 años. «Dentro de la Iglesia puede haber un carácter más cerrado, pero la característica del centro es ser respetuosas», dice Dolores, y Casilda asegura que acogen al que no piensa igual».
«Cuando supimos que las trasladaban nos quedamos en shock, porque nos parece increíble que se tengan que ir cuando esto existe gracias a ellas», lamenta Encarna Ribas, una de muchas alumnas que han acabado siendo profesoras en el centro. Al principio quisieron protestar por el traslado, pero al ver que ellas lo aceptaban con «paz» desistieron. Hoy, como mínimo, les homenajearán en el centro a las 18.30 horas. «El espíritu fundacional del colegio seguirá con o sin nosotras, eso es lo importante», concluye sor María Arrese.