Esther Paniagua, periodista especializada en tecnología, innovación y ciencia, ha sido incluida por la revista Forbes en el Top 100 de Mujeres Líderes de España. El viernes interviene en la jornada Mallorca Privacidad 2022 en el CaixaForum (inscripciones aquí). También ha publicado Error 404: ¿Preparados para un mundo sin Internet?
¿Por qué me tiene que preocupar que Google sepa dónde he pasado el fin de semana?
— ¿Te preocuparía salir a la calle desnudo? Es tu intimidad, sea externa o interna. Quien los tenga puede usar esos datos en tu contra o venderlos. Todo lo que se recopila está ahí y un ciberatacante puede acceder a ellos. Tu información puede estar en manos de los malos. Te pueden extorsionar, la pueden revelar, incluidas tus conversaciones en tu casa si tienes un dispositivo o tu móvil puede escuchar. Tienes un dispositivo en permanente escucha y no creo que quieras que te pueda perjudicar.
¿Condicionan cómo actuamos?
— Sí, claro esa es otra cosa, como ya sabemos. El ejemplo paradigmático es Cambridge Analítica, pero no solo es Facebook. Esto se usa con fines políticos, para saber cómo perfilarte y qué decirte para orientar tu opinión política. En la elección de Trump fue clave la hiperpersonalización de propaganda personal con el mensaje que cada persona quiere escuchar.
Ahora que estamos con Pegasus, ¿qué debemos temer más, a las grandes tecnológicas o a los gobiernos?
— Pegasus es algo que se usa muy excepcionalmente. No van a usarlo para espirar a sus ciudadanos, pero los gobiernos sí usarán a estas grandes empresas que ceden a las peticiones de los estados para que puedan entrar en nuestros datos personales y espiarnos. No solo lo hacen en nuestro beneficio, sino con puertas traseras acceder a los comportamientos. Con algoritmos menos seguros para que sea más fácil sortearlos. A todos por igual, pero el vehículo a través del que se nos espía masivamente son las grandes tecnológicas.
Sin embargo, es muy complicado dejar de usar esas aplicaciones, que todo el mundo emplea.
— Es verdad y está pensado así. Tenemos aplicaciones que nos hacen la vida más cómoda y el componente de que son una plataforma de socialización y de acceso a la plaza pública. Imponen eso porque quieren que estemos ahí. Pero no puede ser que por eso nos limiten así los derechos y por eso la UE está en ello. También podemos manifestarnos como ciudadanos y consumidores. Se puede renunciar a ciertas herramientas, como servicios de Gmail, hay muchas alternativas, pero te puede merecer la pena pagar 70 euros al año por proteger tus datos.
¿Hay poca conciencia sobre estos peligros?
— Ya empieza a haber una presión pública. Si no, Google no habría hecho este anuncio de que van a dejar de vender datos a terceros, van a seguir recopilando y van a seguir teniendo una ventaja. Pero ocurre que Apple se está posicionando como el adalid de la privacidad y Google no se quiere quedar atrás. En el libro hay una cosa que no incluí, la regla del 3,5 por ciento. Si este porcentaje se manifiesta activamente en pro o en contra de algo hay un alto grado de probabilidad de que se produzca un cambio político.
¿Cuánto tiempo aguantaría una sociedad sin internet?
— Lo que dicen los expertos de inteligencia es un límite de 48 horas para el caos. A cuatro comidas de la anarquía. Empezaríamos a tener problemas de todo tipo desde el minuto uno con servicios que a veces son críticos. Cuanto más tiempo pase, peores serán las consecuencias, también los medios tendrían problemas, empezaríamos a llamar por teléfono, las líneas se colapsarían. Tampoco estaría claro qué está sucediendo. Habría una percepción social que nos llevaría aún más a una situación de caos. Son cosas que se han visto en apagones que han hecho países.
¿Es algo remoto o es algo que pasará en algún momento?
— No es un riesgo menor, es algo que podría pasar en cualquier momento. Es posible que no pase nunca, pero es posible que pase mañana. Lo que va a seguir pasando son caídas parciales. La peor amenaza de todas sería una tormenta solar.
Reclama un organismo que vuelva a marcar normas a la red.
— Más bien por primera vez. Como internet nació como una herramienta utópica, abierta y participativa no se fijaron límites. Esa parte positiva está ahí: Nos ha conectado durante la pandemia, ha permitido a los científicos colaborar. Lo que no se ha hecho es poner unos límites o un sistema de gobernanza y la consecuencia de esto es que se ha mercantilizado. Se ha convertido en una plataforma predominantemente comercial. Como no lo hicimos al principio, lo tenemos que hacer ahora.
¿Cómo valora que la UE haya implantado una normativa nueva?
— Me parece un paso interesante con sus límites. Yo lo que propongo, en esta alianza es la adopción de estos marcos regulatorios europeos. Lo importante no es tanto nuevas regulaciones como garantizar su cumplimiento. La Digital Services Act impone que puedas pasar de una plataforma a otra o que te puedas llevar tus datos donde quieras. Tenemos grandes problemas como, por ejemplo los deep fakes con los que ya se está estafando. Son problemas que hacen peligrar nuestras democracias y radicalizan nuestras sociedades.