En el centro habilitado para los refugiados ucranianos en Przemysl, ciudad polaca fronteriza, apenas se escuchaba ruido, solo el motor de los vehículos que entraban y salían con discreción. Era un ambiente desolador. Las familias, la mayoría mujeres con niñas, se refugian del frío que hace en la calle. Lo que se observa dentro de este gran almacén es el movimiento continuo de los recién llegados que duermen en filas de camas y comen en carpas custodiadas por los centenares de voluntarios que cada día visitan esta zona cero de la crisis ucraniana.
El periplo comenzó en la madrugada del jueves. El equipo de Polonia al completo llegó tarde al punto de entrega de todo el material sanitario, para bebés y latas de comida de las donaciones que se habían realizado en Mallorca todas estas semanas anteriores. Así, la primera parte del objetivo estaba cumplida. Empezaron a sacar cajas y cajas en un hotel de carretera a pocos kilómetros de Przemysl.
Este establecimiento también da cobijo a los voluntarios europeos. Lo custodia Tomasz Pozdzik, de 30 años, junto a su padre. El joven vive en la ciudad de Cracovia, pero se desplaza hasta este recóndito lugar para conservar todas las entregas que llegan al día. «Esta mañana hubo un bombardeo a 80 km de aquí. Escuché el ruido», comentó a los voluntarios. «¿Tienes miedo?», le preguntó Marcos, a lo que este joven polaco contestó: «No puedo explicar lo que pienso, pero no es miedo».
En paralelo, el grupo que se dirigía a Hungría no llegó al destino para depositar la mercancía hasta bien entrada la madrugada. Una vez allí, les ofrecieron un espacio para dormir. Cumplidos los más de 2.500 kilómetros, el convoy afrontaba el encuentro con las familias seleccionadas con cierta incertidumbre. Desde la Associació Per Ells habían modificado los puntos de encuentro previstos. Ahora tocaba hacer más ruta, cambiar la estrategia o, incluso, desplazar un furgón a otro país. Las siguientes horas fueron decisivas.
Eran las cinco y media de la mañana de este sábado cuando los vehículos de Raúl López y el ‘team' Óscar Aguiar y Juanjo Martínez arrancaron los motores para completar la misión después de una noche complicada. Tenían dos ubicaciones próximas dentro de la ciudad polaca de Przemysl, donde allí les informaron de que les esperarían dos familias.
En una ciudad fantasma y abatida, un centro comercial reunía centenares de vehículos estacionados en la zona cero del éxodo ucraniano. Allí apareció la primera familia procedente de Bucha, al oeste de Kiev. Son Alina Prysiazniuk, de 20 años; su hermano Arsen, su madre Valentina Tromsa y su pequeño primo Daniil. «Nos desplazamos a Mallorca porque allí vive nuestra tía (la madre de su primo ). El viaje hasta llegar a Polonia ha sido muy duro, en total fueron cuatro días. Vivimos en una zona caliente y se escuchan bombas regularmente. Estamos viviendo una situación complicada, yo solo rezo por Ucrania».
La segunda familia que acogería Raúl en su coche, en total cuatro personas, eran Luba Kovach, de 16 años, que había participado en los programas de verano de la Associació Per Ells, junto a su hermana Crhistina, su sobrino Daniel y su madre Olena Bariko. Luba explica, en un español perfecto, que «tuvimos que coger un tren desde Kiev hasta Lviv. De ahí, nos desplazamos hasta Przemysl. El viaje duró dos días, pero en esta base para refugiados llevamos ocho».
Desde Hungría, Joan Soler, Miquel Jordi y Xesc Nicolau emprendieron caminos que luego se separarían. Tuvieron que esperar en las furgonetas por problemas de última hora: «Hubo un malentendido con la policía cuando llegamos a la zona de Ferenc, en Hungría. Nos hacían pasar a Ucrania, incluso nos abrieron la barrera, porque en ese punto no podíamos estar por protocolo. Pero al final se arregló y un autobús llevó a los refugiados que acogemos a un kilómetro de distancia del paso fronterizo», comentó Joan.
Bombardeos
En total, once personas, dos tutoras y nueve niños de un orfanato cercano a la ciudad de Kiev, se repartieron entre los vehículos de Xesc y Miquel, mientras Joan tuvo que viajar, en solitario, a Eslovaquia para cargar su furgoneta con más personas. Nastia es una de las monitoras que viajan con los niños del orfanato. Le relató a Miquel Jordi que había sido bombardeado días anteriores. «Vi niños muertos justo cuando salíamos de nuestra zona», aseguró.
La odisea culminó con Toni y Marcos. Este viernes pusieron rumbo a Eslovaquia en lugar de Polonia, como estaba previsto. Una avería en el motor les mantuvo parados por la mañana, hasta que un mecánico les ayudó desinteresadamente. En el destino, tres hermanas, una de ellas embarazada, y un bebé procedentes de Brovary, en Kiev, ponen rumbo hacia España. Tras varias horas de carretera, se juntaron con Raúl, Juanjo y Óscar.
El camino de vuelta se hace pesado. Los voluntarios perciben a las familias agotadas, incluso tristes. No hay conversación en los vehículos. Ahora lo importante es encontrar alojamiento para la tropa, descansar y continuar. En Barcelona se encontrarán entre este domingo y el lunes.
Cuaderno de viaje
Cuando Marcos Cabrer y yo llegamos el viernes de madrugada al punto de descarga de todo el material sanitario, aquello parecía un lugar hostil del que uno no iría por gusto. Estábamos a unos 25 kilómetros del paso fronterizo con Ucrania.
u En el centro habilitado en Przemysl para refugiados era difícil contar la cantidad de personas que entraban y salían en un día. Me llamó la atención la solidaridad de los polacos con un pueblo abatido por la guerra.
La carretera no se les da bien a Marcos y a Toni López. Partieron del punto donde dormíamos a eso de las seis de la mañana. Le habían cambiado los planes y ahora se dirigían a Eslovaquia para recoger a un grupo y marchar. Sin embargo, la furgoneta no quiso responder cuando apenas llevaban tres horas de ruta. Encontraron un mecánico que, sin cobrar nada, les solucionó el problema.
Muchas estaciones de Polonia están acogiendo a refugiados. En Przemysl, por ejemplo, apenas se podía caminar del bullicio de gente entrando y saliendo de las vías del tren. A pesar de todo, cogí un billete para llegar a Cracovia. Mi sorpresa fue encontrarme con una estación repleta de familias acampadas con mantas, cojines y sacos de dormir. Decenas de voluntarios paseaban por el centro comercial de la estación de tren ofreciendo comida. Al parecer, los hoteles de la ciudad también están casi todos completos recibiendo a ucranianos exiliados.