«¿Qué vacuna te ponen?, ¿la buena o la mala?», le pregunta una señora de mediana edad a otra mientras guardan turno en la pescadería del supermercado. Se refiere a Pfizer y a Moderna, por las primeras, y a Astrazeneca, sobre la segunda. La pregunta está en la calle, no es la primera vez que algunos la han escuchado, y las referencias a ellas en esos términos es algo que ha calado en los ciudadanos después cuatro meses conviviendo con los vaivenes en la trayectoria de una frente a las otras. Los expertos comprenden este sentir social provocado por los cambios que ha habido en las últimas semanas, pero confían en que los ciudadanos entiendan que «el impacto de no vacunar es mucho mayor que el de administrar la vacuna y se traduce en muertes, hospitalizaciones y secuelas».
La universidad de Cambridge ha publicado recientemente los beneficios que para cada diferente grupo de edad, y según su grado alto, medio o bajo de exposición al virus, tiene haberse vacunado con Astrazeneca frente a los riesgos de sufrir un trombo. La vacuna tiene más beneficios que riesgos, tanto si la incidencia es baja como alta. Y así lo ha tenido en cuenta Reino Unido también a la hora de tomar decisiones sobre qué hacer tras los trombos detectados y valorado ya la pasada semana por la Agencia Europea del Medicamento.
Partiendo de estas conclusiones, Joan Carles March, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública, comparte que hay otras cuestiones que están provocando miedo entre la sociedad y que sin duda son «un error», como es el que caso de que «no haya una unidad de acción». Así, mientras España decide paralizar la vacunación con Astrazeneca en menores de 60, Francia la arranca este lunes con menores de 55 y Reino Unido opta por no inocular la segunda dosis a menores de treinta. La falta de una estrategia única crea confusión y «miedo», lamenta y señala que «no bastan las cifras para quitar miedos. Hay que hablar de historias, de emociones, de momentos... ».
March señala, citando al economista Pedro Rey, que «la Economía del Comportamiento ya nos ha demostrado que la forma de presentar la información afecta muchísimo a nuestra interpretación de los datos, lo que se conoce como 'efecto enfoque'. Centrar el foco comunicativo en el riesgo muy extremo de desarrollar un efecto secundario muy poco probable, nos lleva en muchos casos a sobrerreaccionar y tener un miedo irracional a algo, sin ponderar adecuadamente ni el beneficio relativo frente a ese riesgo, ni los riesgos de otras medidas alternativas».
En este punto, concluye que el gran perjudicado sin duda es «el ciudadano». «Un segundo problema es que la comunicación de riesgos necesita tener más en cuenta las dificultades de la población para entender datos probabilísticos y adaptar su comportamiento en consecuencia» y vuelve a citar a Rey para recordar el ejemplo que recientemente ha puesto sobre cómo en los años 90 la prensa británica informaba de que las píldoras anticonceptivas incrementan un 100% el riesgo de producir trombos sanguíneos. «Rey señala que esta información era cierta, pues el riesgo de este efecto secundario se doblaba al tomar la píldora anticonceptiva de 1 de cada 7.000 casos a 2 de cada 7000, una gran parte de la población focalizaba su atención en ese 100% y lo interpretaba como que tomando la píldora era seguro que tendrían un trombo». «Algo similar podría estar ocurriendo ahora con la vacuna».