Va a cumplirse un año del primer caso de coronavirus que se detectó en Balears. Y también del día en que este diario adelantó que Aina Calvo (Palma, 1969) sería delegada del Gobierno. Ambas noticias se publicaron en la misma portada impresa de Ultima Hora.
¿Lo recuerda?
—Aquella portada parece ahora premonitoria de lo que vino después. Nada estaba previsto unos días antes; posiblemente ni que yo fuera delegada –una propuesta que me hizo el presidente del Gobierno– ni los acontecimientos que luego ocurrieron, como que el ministro Salvador Illa viniera en nombre del Gobierno el día 19 a mi toma de posesión.
Las referencias al coronavirus no centraron aquel acto.
—No, pero sí incluimos una visita al hospital de Son Espases. Fuimos a visitar al equipo médico que atendió al primer caso de Balears, que fue el segundo de España. No quiero decir que fuera un acto protocolario pero sí es cierto que, entonces, estábamos en que era un virus que se veía lejos. Qué ingenuidad. Menos de un mes después estábamos en estado de alarma y el ministro era mando único. No, entonces, no esperábamos lo que ocurrió.
Usted desatacó su compromiso con las mujeres e hizo bandera de la lucha contra la trata de mujeres y la violencia sexual. La pandemia no la ha detenido. Y Europa mira a la prostitución de menores tuteladas.
—No hay que bajar la guardia. Durante los estados de alarma han aumentado las llamadas al 016 [el teléfono de denuncia de malos tratos ] y hay atención permanente y coordinación institucional. No tenemos que cansarnos de decir que las instituciones siguen trabajando.
¿Qué dice del caso de menores tutelados prostituidos?
—Desgraciadamente, lo que hemos hecho es descubrir esa cara tan dura de la sociedad y que creíamos que no era propia de países como el nuestro. Pero sería injusto y desenfocado vincular la prostitución infantil con los centros de menores tutelados. La coordinación vuelve a ser clave y es una acción conjunta de jueces, fiscales, instituciones.
Siendo delegada del Gobierno estuvo en la manifestación del 8 de marzo, señalada luego (más la de Madrid que la de Balears) como agente contagiador.
—Es que no teníamos ningún dato para no autorizarla. Se celebraban partidos de fútbol y baloncesto, conciertos multitudinarios. ¿Ahora? Pues con independencia de que pudieran autorizarse con otro formato, muchas de las personas que fuimos, no iríamos esta vez.
Aunque se impidió la concentración del miércoles pasado, se han celebrado tres manifestaciones a pie de un grupo contrario a las restricciones en la hostelería. También las que no estaban autorizadas. Hay quienes se han mostrado muy críticos, sobre todo con la que terminó con una disco-móvil ante el Govern.
—El derecho de manifestación es un derecho fundamental pero puede ser restringido por razones concretas, una de ellas es la protección de la salud. Cuando se prohíbe es porque así lo considera la autoridad sanitaria. Las manifestaciones a pie y las concentraciones estaban prohibidas. Y si, aún así, si los convocantes deciden mantenerlas, la policía actúa y se toman medidas. Se hacen identificaciones y se ponen sanciones. Y se han puesto.
¿Lo policía no tendría que haber disuelto las manifestaciones?
—Quiero agradecer la profesionalidad de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Hay que seguir su criterio técnico. Es muy fácil opinar desde un despacho como este sobre qué es lo que debería hacerse y lo que no, pero es muy difícil actuar cuando estás rodeado de mil personas entre las que hay mayores y niños. Cuando se disuelve una manifestación, se disuelve por la fuerza y eso es algo que hay que evitar, es el último recurso. Ya tenemos los nervios suficientemente a flor de piel como para disolver sin tomar antes otras medidas que resultan más efectivas. Y eso no quita que esas manifestaciones pongan en peligro tanto la salud de quienes participan como la de otras personas. Quiero recordar que existe el derecho a manifestarse pero pido responsabilidad, como la que ha existido en las manifestaciones del sector de la hostelería en Eivissa y Menorca, que atraviesa una situación tan dura como los que aquí se empecinanaban en incumplir.
¿Actuó con responsabilidad la presidenta balear cuando fue al Bar Hat?, ¿se ha actuado luego correctamente?
—Comprendo que me invite a entrar en ese jardín pero me quedaré en la puerta. Delegación del Gobierno no tiene nada que ver en el proceso. Objetivamente, lo que ha pasado es que la Policía Local presentó una denuncia ante la Policía Nacional.
¿La COVID puede llevarse por delante al Gobierno de España que usted representa?
—En lo que está el Gobierno de España es en llevarse por delante la COVID. Luego serán las urnas las que decidan a quién se llevan por delante.
¿No hay descoordinación en la cogobernanza?
—Eso es la descentralización. Sí, desafortunadamente hay quien utiliza este asunto para la batalla política. Y eso genera malestar y frustración en la ciudadanía. Ni siquiera los cadáveres han conseguido acallar el ruido de la peor cacofonía de la política, la que nos lleva a la nada. Hay reuniones interterritoriales donde se define el marco y cada comunidad toma medidas. No estamos en puertas de un confinamiento total como en marzo, hay mucha actividad y las comunidades tienen maniobra.
¿Se ha planteado dar la batalla política en Balears?, ¿le ha pedido Pedro Sánchez que sea candidata al Govern balear?
—Nunca me he ido de la política. Es un espacio en el que hay que estar. Ahora me siento cómoda y honorada de estar donde estoy. No tengo ninguna aspiración, nunca la he tenido. Mi visión de la política no es estratégica. Tomo las decisiones cuando surgen. No he hablado con Pedro Sánchez en los términos que me dice. No formo parte de ningún plan. Francina Armengol es la presidenta a la que he votado y nunca votaría una mala presidenta por disciplina de partido.
La delegada se ha vacunado... de la gripe
La pregunta se ha vuelto obligada. «Nooo», responde cuando se le plantea si se ha puesto la vacuna. Y añade: «La de la gripe, sí». Entiende que hay que seguir los protocolos y le sorprende en parte la polémica. Recuerda que no hace tanto se preguntaba a la gente si desconfiaba de la vacuna y ahora es la esperanza. Y define así el momento de los gobiernos ante la pandemia: «Gestionar la incertidumbre».