Joan Melià (Porreres, 1954) se jubila como profesor titular del Departament de Filologia Catalana i Lingüística General de la UIB. Continuará su actividad hasta finales de septiembre corrigiendo exámenes y trabajos, pero ya ha impartido su última clase.
Debe ser un poco raro concluir una trayectoria docente en las actuales circunstancias del coronavirus.
—Sí, la verdad es que me sabe mal acabar así, pero ya cuando empecé la carrera de Filología Hispánica, en 1973, el ministro de Educación de por entonces había decidido que los cursos universitarios se iniciarían en enero. Esa medida sólo se aplicó en ese curso, pero resulta curioso que mi trayectoria académica se haya desarrollado entre dos trimestres suspendidos.
No eran los mejores tiempos para el catalán.
—Durante la carrera de Filología Hispánica se podían cursar algunas asignaturas generales de catalán. Mi primer trabajo fue en la Escola Municipal de Sóller, donde impartí castellano y latín, pero en COU se podían dar clases voluntarias de catalán. Después pasé al instituto de Inca, donde el catalán era también voluntario. Con el Decret de Bilingüisme, en el curso 1979-80, ya apareció el catalán como asignatura oficial. Para muchos era su primer contacto con el catalán como lengua escrita.
¿Cómo entró en la UIB?
—Entré como profesor asociado en 1989, compatibilizándolo con mi trabajo como docente en el instituto Joan Alcover, de Palma. En 1999 aprobé las oposiciones como profesor titular de la UIB y dejé el instituto, pero ya era director general de Política Lingüística del Govern. No quería ser director general, pero al final me convencieron.
Hay un descenso en el número de estudiantes de Filologia Catalana. ¿Por qué?
—Sí, ahora hay unos 20 alumnos de nueva matriculación. Este descenso ocurre en todas las universidades. En la UIB, la incorporación de la Filología Inglesa ya hizo bajar un poco el número de estudiantes de Catalana. Es un poco sorprendente, pues son unos estudios con salida laboral. Creo que una causa podría ser que el catalán siempre es objeto, por parte de algunos, de conflictividad y cuestionamiento, intentando dejarlo en un lugar secundario, que no sea cooficial, sino suboficial. En cuanto a nuestro departamento, buena parte de nuestra actividad se dedica también a los grados educativos.
Fuera de Baleares, poca gente sabe que aquí hay una lengua propia.
—Hace años hicimos un estudio entre personas inmigrantes. Dos tercios no sabían que en Balears hay una lengua propia. Los hubo que descubrieron que existía el catalán cuando llevaron sus hijos al colegio. Y muchos de los que sabían de su existencia era porque ya tenían aquí familares o amigos que se lo habían dicho. En la Península, mucha gente ignora que en Balears se habla catalán, aunque en el colegio lo hayan leído en un libro de texto.
¿Podemos ser optimistas?
—Tenemos que ser activos. Dejando de lado Andorra, el catalán es la lengua sin estado en mejor situación de Europa, pero tenemos un estado que no la defiende. Entiende, por razones políticas, que defender el catalán va contra el castellano. Ha quedado más que demostrado que el aprendizaje del catalán no impide en absoluto el del castellano.
¿Cómo influyen las redes sociales y las nuevas tecnologías?
—Hay de todo, pros y contras. Es evidente que hay más audiencia en castellano, pero también más competencia. Curiosamente, el whatsapp ha hecho que mucha gente que no escribía nunca en catalán ahora sí lo hace, aunque sea de manera breve, informal y tal vez con faltas de ortografía. En general, el catalán es una de las lenguas con mayor presencia en internet en relación a su número de hablantes.
¿Cómo valora su paso por la política, como director general?
—La política desgasta mucho, hay que dedicar mucha energía a la gestión administrativa, pero estoy satisfecho. Hasta 2003, siempre se avanzó, con mayor o menor rapidez, en normalización lingüística. En mi legislatura no hubo grandes cambios legislativos, más bien se pusieron en práctica las normativas anteriores. Sólo en la Llei de Comerç se incluyó un artículo referido a la atención y rotulación en catalán, pero no hubo polémicas ni contestación. Luego vino Jaume Matas como candidato a la presidencia del Govern, tras haber sido ministro, y se puso a hablar de ikastolas en Balears. Dudo que sepa qué es una ikastola.
Y en 2011 llegó José Ramón Bauzá, dinamitando unanimidades y presumiendo de ello.
—Sí, había una voluntad explícita de retroceder en la defensa del catalán, yendo en contra de las propias normativas, pero fue tan evidente, descarada y obscena que mucha gente reaccionó en su contra, lo que al final supuso un efecto positivo. Ante una agresividad tan fuera de tono, se impuso la realidad de años de una enseñanza normalizada en catalán. Muchos castellanoparlantes de origen, que habían recibido aquí su enseñanza en catalán, sabían que no les había perjudicado, sino todo lo contrario, y también se opusieron a las políticas de Bauzá. Para la gran mayoría de los ciudadanos, la lengua no es una gran prioridad porque, simplemente, no es una cuestión que les moleste.
¿A qué dedicará su tiempo libre como jubilado?
—A pasar el tiempo y leer.