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Atrapados en Mallorca

El estado de alarma desbarató todos sus planes. Ahora piden trabajar para recuperarse de las pérdidas. | Pere Bota

| Palma |

El 14 de marzo, el coronavirus dejó varadas en la explanada de Son Fusteret 50 de las 150 atracciones de la Fira del Ram. Y con ellas, a 24 familias. Tras el ruido y la música del 12 de marzo ahora hay un silencioso solar donde viven atrapadas 80 personas entre las que hay niños desde los seis meses a los 16 años. Uno de ellos, de cuatro años, padece parálisis cerebral y una piscina entre caravanas intenta suplir la rehabilitación que le sisó el coronavirus.

La situación es crítica, e incluso han tenido que recibir comida de Cruz Roja y Cáritas a la espera de que sus familias les enviaran dinero. Pero ellos insisten en que no piden ayudas: «Queremos reabrir la feria en la fase 3». El objetivo es volver a trabajar y obtener ingresos. Aunque el pasado 25 de mayo solicitaron la reapertura al Ajuntament de Palma y aún no han obtenido respuesta. «Bares y hoteles han abierto, pero nadie dice qué pasará con las atracciones», señalan, mientras denuncian que las atracciones no aparecen mencionadas en ninguna fase de la desescalada. Mientras tanto, en Francia, Gran Bretaña o Alemania los parques de atracciones ya han reabierto.

Los empresarios de la feria echan cuentas y no pueden salir de Son Fusteret y volver a sus casas. «Los precios de los barcos han subido y si antes ida y vuelta nos costaba a cada uno 6.000 euros, ahora nos cuesta 7.000 solo la ida», explican. El coronavirus ha disparado los precios de transporte marítimo y cada feriante puede llegar a tener hasta siete traileres para transportar sus atracciones desmontadas.

Carlos Capilla, Leonardo Méndez, Julián Rodríguez, Santiago Cervera y David Sella, en Son Fusteret.

La Fira del Ram era el pistoletazo de salida de la temporada en toda España pero solo han podido trabajar dos semanas hasta que cerraron de golpe el jueves 12 de marzo. Desde entonces sus ingresos han sido cero y algunos tienen que pagar las inversiones en nuevas atracciones sin recibir ayuda ninguna.

Para sobrevivir, además de las inyecciones de dinero familiares, algunos se han reconvertido en repartidores de Globo, chóferes y recolectores agrícolas. Durante estos meses, por suerte, no se ha detectado ningún caso de coronavirus y se muestran muy agradecidos al Grup Trui por la cesión del solar de manera gratuita, mientras buscan soluciones. Aún así, tienen que afrontar el pago mensual de 4.000 euros de factura de agua, aunque su consumo real sea de solo 600.

Las caravanas están en la explanada, donde aún no aprieta el sol.

Santiago Naranjo y su yerno, Julián Rodríguez, padre del pequeño de cuatro años con parálisis cerebral, insisten en que no pueden volver a sus casas dejando allí sus atracciones, que les ha supuesto una inversión muy costosa: «Hay gente que se fue a ver a la familia y no ha podido volver. Tenemos miedo de que entren a robar y ya hemos visto pequeños hurtos en alguna furgoneta». Rodríguez insiste en que su hijo ha estado atendido por la Fundación Nemo y solo pide trabajar para arrancar la terrible temporada 2020.

A su vez, Carlos Capilla vive en su remolque que una vez desplegado es un casino. Entre tostadoras, televisiones y demás jugosos premios típicos de feria está viviendo con su mujer y su hijo de dieciséis años, que en el momento del reportaje estaba en plena clase on line de matemáticas. Todo esto en poco más de veinte metros cuadrados. La vida sigue y los estudios no se dejan.

En su propuesta de Fira del Ram reducida apuestan por abrir «con precios populares todos los días y tickets de 2x1 de lunes a viernes». Para agradecer a Cáritas y Cruz Roja su ayuda, recogerán alimentos no perecederos con la Operación Kilo: «Por cada producto donado se regalará una entrada para una atracción». El objetivo es devolver lo que estas instituciones les ha prestado a lo largo del duro confinamiento.

Antonio Vivar es el propietario del puesto «con las mejores patatas asadas». El cierre precipitado del Ram le pilló con una tonelada de patatas que donó a un comedor social para que no se perdiera nada.

A lo lejos está la Casa del Terror, aún en pie. Su propietario, Santiago Cervera, aún tiene la esperanza de que vuelva una Fira en pequeño formato. «Desmontar y volver a montar la Casa del Terror me cuesta 1.400 euros», dice el feriante. Las matemáticas y la incertidumbre son sus particulares pesadillas que solo se despejarán cuando empiecen a trabajar.

En el recinto aún quedan 50 de los 150 atracciones y puestos.

Un plan para una reapertura segura

Los feriantes de Son Fusteret ya cuentan con un detallado plan de apertura diseñado por el ingeniero.

Esta Fira del Ram en formato reducido supondría un salvavidas económico y estipula las distancias entre parcelas, controles de acceso, dispensación de geles y guantes y la desinfección de las instalaciones.

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