«Hace dos semanas que tuvimos que dejar el centro de acogida, superamos los plazos. No teníamos a dónde ir, en ese tiempo allí no hemos podido encontrar una vivienda que podamos pagar, buscamos casa cada día. Nos han dejado una habitación, pero no queremos seguir así». Ronda la cuarentena, tiene tres hijos y mujer; llegó de un país del Este hace más de seis años y, pese a que su situación no es buena, mira al futuro con optimismo porque en los últimos años se ha formado, ha realizado cinco cursos formativos y ha conseguido un trabajo. Empezará en enero. Sonríe.
El protagonista de este testimonio tiene unos pequeños ingresos por los cursos que realiza; gracias a ello no les falta lo básico, lo fundamental. Pero no le permiten optar a una vivienda. «No hay alquileres que pueda asumir. Lo que me han ofrecido es caro y, además, hay otros gastos añadidos. No puedo pagar 500 o 600 euros sólo de alquiler, y que a los pocos meses me vuelvan a desahuciar», reconoce. Y así han llegado a la situación actual.
El alquiler ha tocado techo en esta ciudad en 2017, los precios se han disparado, no hay propiedades en alquiler en torno a los 600-700 euros y el Ayuntamiento de Palma no dispone de ninguna vivienda vacía para alquiler social. Él persiste, porta en su cartera la hoja arrancada de un cuaderno y en ella lleva anotados los últimos pisos que ha encontrado en alquiler por Internet, una rutina diaria desde hace meses. Algunos de ellos, con precios inferiores a 500 euros, pero muchos de ellos están lejos, también «lejos del colegio de los niños», lamenta.
Acude a la cita con su mujer. Ella sonríe, en algunos momentos se emociona. Durante un tiempo vivieron en Can Valero, al principio podían asumirlo, pero al final el alquiler se disparó hasta los 600 euros. «No siempre podíamos pagar esa cantidad, no conseguimos ninguna rebaja por parte del propietario. Buscamos vivienda y, al final, no nos quedó más remedio que ir al centro de acogida». Agotados los plazos, y sin piso para realojarse, se vieron en la calle.
Mirando al futuro
Piensa en sus hijos. «Quiero un buen futuro para ellos, que estudien mucho. Yo no he tenido buenas situaciones, he crecido sin estudios, sin nada, lo único bueno que he estudiado ha sido ahora y he aprendido algo. Ahora tengo otro futuro por delante, busco lo mejor para nosotros». Se alojan en una vivienda compartida, se quieren marchar: «Imagínate», dice y muestra cómo se organizan los cincos para dormir.
«Mis hijos no son conscientes. Su vida no ha cambiado, van al colegio, les gusta mucho, sacan buenas notas. Pero el día que salimos del centro se dieron cuenta, claro, cómo no».
Hace dos años esta familia contactó con la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Su portavoz, Ángela Pons, les sigue ayudando en la búsqueda de un piso y en lo que puede. «Contacté con una asistenta social y, viendo ya que la situación estaba muy complicada, me mandó a la plataforma. Pero fue tarde, muy muy tarde. Si se me hubieran ofrecido al llegar las ayudas y las oportunidades de estudiar no nos habría pasado todo esto». Aún así no pierde la sonrisa, quiere salir adelante y es muy optimista: «Veo el futuro bien, súper bien. Conseguiré lo mejor para mi familia».