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Cristina y el caso Nóos

Perfil del juez José Castro

| Palma |

El juez José Castro es un veterano de la carrera judicial aficionado a las motos, un deporte que abandonó tras vender la suya al entender que la velocidad conlleva peligros, y que se ha ganado la fama de inexorable y discreto.

José Castro, de 67 años, se ha convertido en protagonista de la reciente historia judicial española con la instrucción del caso Nóos, por el que está imputado Iñaki Urdangarín y desde hoy la infanta Cristina.

El magistrado cordobés del juzgado de instrucción número 3 de Palma, que llevó a juicio al expresidente balear Jaume Matas, ingresó en la carrera judicial en 1976 y desde entonces ha pasado por destinos como Dos Hermanas (Sevilla), Arrecife (Lanzarote) o Sabadell (Barcelona).

Fue en 1985 cuando recaló en la capital de Baleares, una comunidad turística ajena entonces al grave virus de la corrupción política que padece desde hace años, por los numerosos casos y por la larga lista de políticos imputados.

El juez Castro tomó posesión del juzgado de lo Social número 2 de la capital balear en 1985 y en 1990 fue trasladado al de instrucción número 3 de Palma, aunque durante un tiempo tuvo que compaginar ambas obligaciones.

Aficionado sin pasión al fútbol -es del Madrid pero no le importa que gane el Barça, si juega bien-, podría haber sido portero, no por su estatura, sino por la capacidad para decir «no» a los periodistas, siempre con amabilidad.

En sus 37 años como juez no ha concedido ni una entrevista y no hace declaraciones e incluso llega a mostrar gesto severo cuando ve periodistas a las puertas de su despacho. Para él, su único medio de comunicación posible son sus autos y sentencias.

Aseguran quienes le conocen que el juez cambió hace unos años la moto por la bici y los paseos por prescripción facultativa.

Ante las críticas, calla y defiende la libertad de expresión como derecho. Ejemplo de ello es que no respondió en su día a la dura declaración del ex secretario general del PP Francisco Álvarez Cascos, que dudó de su imparcialidad y criticó el lenguaje «tabernario» que a su entender empleó el juez en un auto.

Para el magistrado, los escritos judiciales deben ser respetuosos en los términos jurídicos y no farragosos y, en la medida de lo posible, entendibles para la ciudadanía porque en ocasiones, como en el caso Nóos, el asunto tiene una gran trascendencia social.

Aunque miembros de la carrera judicial y jurídica sostienen que no es en absoluto «serio», su semblante sí lo es cuando pasa ante periodistas, cámaras o fotógrafos.

Sobre su mesa tiene ahora el asunto judicial más importante de su trayectoria como juez. En el auto conocido hoy considera necesario que la infanta se explique, aclara que su citación no prejuzga actuaciones procesales ulteriores, deja abierto «todo el abanico» de opciones procesales y asevera que «la Justicia es igual para todos».

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