El viernes 4 de febrero dos mil personas descubrieron que pagar por aparcar en Son Espases no es el peor de sus problemas. La pesadilla consiste en que después de abonar la tarifa ingresan en dos colas, junto a otro centenar de usuarios, y tardan no menos de un cuarto de hora en salir -libres- a la carretera. «No somos paganos -dijo un ciudadano-, sino prisioneros».
Tomás (Visita a un familiar a las 10.05). Primera incursión en el aparcamiento de son Espases. «Han sido 22 minutos inolvidables en la cola de salida». Acostumbrado a pagar unas u otras tarifas en los aparcamientos de Palma, a Tomás lo que menos le preocupaba el primer día de pago en el de son Espases era el precio. De hecho cree que ha abonado alrededor de dos euros para validar su cartón, «pero es la última de mis preocupaciones dado lo que vine a hacer al hospital». Su visible cabreo consiste en que al abandonar el parking ha ingresado en una cola de unos veinte turismos y tres autobuses de la EMT, lo que le ha supuesto 22 minutos tasados de reloj desde que subió a la superficie hasta que le toca el turno en la barrera. «Doy por hecho que el genio que firmó este proyecto de viales en el hospital tendrá familia, como yo, y no le deseo ningún mal, pero me gustaría que me lo explicara». Justo antes de volver a conducir su automóvil por los alrededores de Palma, toca un par de veces el cláxon y dice que es... una venganza.
Teresa (Segunda cura por accidente doméstico). Su hermano no encuentra el coche en el parking. «Hemos consumido la mañana en este enorme lugar». Lo que lleva en la mano Teresa no es uno de los papeles que le han hecho firmar como protocolo tras su cura del accidente doméstico sufrido a comienzos de semana. Se trata de una octavilla de un sindicato que representa a trabajadores del hospital y que lleva el expresivo título de ¿Hasta cuándo vais a estar abusando de nuestra paciencia?, que reclama un aparcamiento «suficiente y gratuito para usuarios y profesionales». A ella no le preocupa mucho esa hoja que le han dado dos mujeres mientras bajaba las escaleras hasta el parking, sino que una vez allí su hermano, que le ha hecho de chófer, era incapaz de acordarse de dónde tenían el coche «en un lugar tan enorme». Lo lograron, pero clama: «ojalá tardemos mucho en volver».
Joan (Conductor de autobús). Un mes en la línea Palma-hospital. «Hasta conectar con la ciudad no es posible saber el tiempo de nuestros recorridos». «Se veía venir», comenta el veterano conductor del transporte público. Sin un carril exclusivo para los autobuses de la EMT «se sale a la hora exacta de la parada pero en cincuenta metros ingresamos en la cola y ya no es posible saber cuándo conectaremos con la ciudad y aproximadamente cuánto tardaremos en llegar al término de la línea». A los viajeros les parecía una gran idea poder acercarse al hospital dejando de lado el vehículo propio «pero al ponerse en marcha las barreras ya volvemos a la vieja idea de que más de media hora con nosotros no es un trayecto sino un viaje».
Mateo (Transportista). De momento aparca donde y como puede. «Es curioso que a la gente que no quería aquí el hospital ya le parezca pequeño el parking». En algo más de un mes que lleva repartiendo mercancías para son Espases le llama la atención haber escuchado «a gentes que se oponían incluso a levantar aquí el hospital que ahora el aparcamiento es insuficiente, que hay que ampliarlo hasta que no quede un metro libre salvo el edificio». En sus incursiones de trabajo -«tan rápidas que no necesito ni apagar el motor»- se ha hecho una idea de que «los coches sobran en todas partes y más en un complejo como éste», pero no cree que el pago por plaza le vaya a quitar un solo usuario al parking. «Habrá bofetadas por un sitio», sentencia.