Balears vivió ayer su sexta huelga general contra el Gobierno, un pulso en el que los sindicatos sólo lograron dejar constancia de su testimonio contra la reforma laboral ante la indiferencia de los ciudadanos, más preocupados por la crisis que por manifestar su oposición a unas medidas que ya han sido aprobadas para, como se supone, salir cuanto antes de la crisis.
Vida normal. La convocatoria del paro no logró perturbar la normalidad de una jornada que, en principio, pretendía paralizar la vida cotidiana en los pueblos y ciudades de Balears. Ninguna actividad quedó afectada de un modo significativo: mercados, comercios, restaurantes, bares, hospitales, colegios ... prestaban sus servicios que normalidad en la inmensa mayoría de los casos. Las únicas excepciones se situaron en los polígonos industriales y el sector del transporte. En todo caso, tampoco puede decirse que el 29-S fuese imperceptible, el tono ciudadano no era el habitual de un día laborable.
Sensatez sindical. No cabe duda que en la sensación de normalidad durante el 29-S fue determinante la sensatez que imperó en los piquetes de sindicalistas, los cuales huyeron de los comportamientos violentos de ocasiones anteriores y no se excedieron en la presión sobre quienes optaron por no secundar la protesta.
Error estratégico. El nulo entusiasmo por la convocatoria de la huelga general es atribuible a dos factores: la inutilidad de una protesta ante medidas y aprobadadas por el gobierno y la inoportunidad de una jornada de paro en plena crisis económica. Ni trabajadores ni empresarios están en condiciones de perder un euro, y menos en Balears, aún en plena temporada turística.
Protesta masiva. Mientras que a la hora de no ir a trabajar o cerrar los establecimientos la respuesta fue tibia, en las manifestaciones convocadas por los sindicatos por la tarde sí que tuvieron un amplio poder de convocatoria. Sacar ocho mil personas a la calle en Palma es una importante demostración de fuerza de la que los responsables políticos deben tomar nota.
Consecuencias políticas. La gran incógnita del 29-S se centra, ahora, en tratar de determinar las consecuencias políticas que tendrá en las próximas elecciones. Los sindicatos de izquierda han sido los convocantes contra las medidas tomadas por un Gobierno socialista. No faltarán quienes quieran traducir a votos las manifestaciones de ayer, aunque el 29-S no es una jornada insólita: los gobiernos de Felipe González también fueron castigados por los sindicatos.
¿Y ahora? La reforma laboral seguirá adelante. A Zapatero sólo le puede salvar que dentro de unos meses pueda demostrar que, efectivamente, ha servido para algo. Es decir, para salir de la crisis y reducir el paro.