No, las playas de Mallorca no son como las de Tijuana, Oxaca, o Puerto Viejo, ni tiene rompientes como «la Saladita», en el estado de Guerrero; ni se pueden ver cómo las gigantescas olas forman tubos conocidos como «Mexican Pipeline», en Puerto Escondido. Ni las crestas se alzan hasta los diez metros, como en Waikiki, para disfrute de aficionados al surf.
En Mallorca, los surfistas han de ser pacientes y conformarse con la modestia del oleaje mediterráneo que, con suerte y excepcionalmente, puede levantar suaves olas que apenas superan el metro de altura, aptas para que los deportistas isleños cabalguen sobre ellas en sus tablas de poliuretano. Porque otra cosa es el Mediterráneo enfadado, que no hay quien lo navegue, ni tablas ni trasatlánticos.
La playa de Canyamel no tiene rompientes como las playas de Californa, Brasil, Perú, Chile, o Punta Arenas y Guanacaste-Nicoya, pero sí cuenta con un cambiante banco de arena capaz de posibilitar sin peligro las primeras cabalgadas de los surfistas principiantes, y otra rompiente más constante frente a la zona rocosa, un auténtico arenal fósil que forma extrañas y apasionantes figuras talladas por la erosión. Y es allí, frente a 'ses Tenasses', donde más disfrutan los 'jinetes' de la tabla, porque es donde es posible la cabalgada más prolongada, al ser las olas más largas, más altas y más previsibles; aunque sólo unos pocos logran recorrer en estabilidad sobre la plancha una distancia satisfactoria, puesto que este deporte requiere, más que otro, grandes dosis de aptitud, experiencia, fuerza y equilibrio, todo ello necesario para domar la montura, que surge, se encabrita y desaparece con fuerza, arrojando al fondo, entre la espuma de la ola rota, más de las veces al frustrado aspirante.
Pep Roig