Rossy de Palma, su madre y sus dos hijos, sin prisas, caminando por la orillita del mar, buscaron el lugar donde plantar la sombrilla y bajo ella, ubicarse ellos.
Rossy lucía bikini negro, y lo lucía muy bien. Rossy, musa de artistas, mujer personal e intransferible, que no deja indiferente a nadie, tiene una ventaja. Que le cae bien todo lo que se pone. Por otra parte, es mujer discreta que huye de la publicidad y que no vende nada. Bueno, sí; el arte que lleva dentro. Artista autodidacta, se ha currado muy bien la profesión a base de mucho trabajo. Ha llegado hasta donde ha llegado y nadie le ha regalado nada. Y estando donde está, muy alto, sigue escalando.
Siempre he dicho que los reportajes que mejor te muestran al personaje son los robados. En estos casos, sale el personaje tal cual es. Ignoran que una cámara les está siguiendo, por tanto su comportamiento es el normal, el cotidiano, el auténtico, el real.
Y a través de la lente, que cual periscopio asomaba por entre las ramas de las sabinas, vimos que Rossy es buena hija, pendiente en todo momento de su madre, que sin cortase un pelo, luce bikini. Eso sí, tras el baño y a la hora de darse un paseo por donde la arena se sumerge en el mar, se coloca un pareo. Atrevida, sí, pero osada, dentro de un orden.
Rossy también es buena madre. Observamos que está en todo momento pendiente de sus hijos: se baña con ellos, juega con ellos, les pone crema y goza viéndolos jugar con la arena.