Por esas cosas que tiene la dinámica ciudadana, unos edificios semiderruidos situados en el chaflán de la plaza de Cort y la calle Colón se han convertido en uno de los atractivos turísticos de Palma; y no sólo por la espectacularidad del derribo, sino porque esa operación ha permitido que desde la calle puedan observarse la suntuosidad de alguna de las salas y otros detalles que revelan la época gloriosa del que fue el interior del edificio, cuya fachada, Cort-Colom, se ha conservado. (Y lo que no, esas estancias tan maravillosas que algún día lamentaremos haber perdido.)
Pero no sólo es eso.
El cómo está hoy ese edificio también revela el desconcierto que la normativa urbanística produce, y no por la propia norma sino por el hecho de que pueda ser sometida a la precaria arbitrariedad del político de turno que concede las licencias, y que pueden variar dependiendo de las circunstancias. El permiso de demolición fue concedido por vía de urgencia. Por lo que ha trascendido, el estado de ruina del inmueble fue presentado como motivo suficiente para pretender la demolición, y así lo debió entender el Ajuntament de Palma que concedió el permiso. Paralelamente, se tramitó la solicitud de obra nueva, para en el solar resultante construir pisos, seguramente de lujo.
Curiosamente, la espectacularidad de la obra no pareció inmutar a políticos y técnicos de Cort, a pesar de que se estaba efectuando delante de sus municipales narices. Hasta que los de ARCA hicieron sonar la alarma, y el Consell de Mallorca dijera que aquello que se pretendía, y tal como se pretendía, no era posible.
Así que el departament de Patrimoni, que por lo visto no se había enterado, solicitó el expediente técnico para comprobar el grado de degradación alegado. Y... bueno, pues que por el momento se han paralizado las obras, el Ajuntament ha quedado en entredicho, se ha perjudicado a quien tenía la licencia, y los turistas haciendo fotos y más fotos.
Pues, ¡qué bien!