Matilde Mulet ha dicho adiós muy buenas, gracias a todos por lo mucho que habéis colaborado conmigo, y se ha jubilado definitivamente. «Bueno -nos rectifica-. Definitivamente, no. Siempre quedan cosas por hacer; porque lo que no voy a hacer es quedarme con los brazos cruzados»
Y es que, ahí donde la ven, acaba de cumplir los 80 y... ¡Pues hela ahí! Nadie lo diría. Pues sí. 80 añitos. «A lo mejor está mal que lo diga, pero a veces, cuando digo los años que tengo, he de mostrar el DNI». Y lo creo. Porque llegar tan bien -y tan guapa también- a la edad de los 80 sin haberse puesto jamás en manos de ningún cirujano estético, ni haber echado mano de botox u otros productos revitalizantes, no es cosa que ocurre habitualmente.
Y dinos, Matilde, ¿cómo lo has conseguido? ¿Qué has hecho?, le preguntamos anteayer tras la presentación, por parte de la consellera Julve, del Catàleg dels Molins de Vent fariners del Reiguer de Mallorca. «Pues no he hecho nada en especial -dice-. Tan sólo vivir con alguna que otra preocupación, también con ilusiones por hacer algo. Pasar por la vida sin tener la sensación de que no eres una maleta, o un culto y, por supuesto, todo esto acompañado de una buena alimentación muy mediterránea, además de descansar las horas suficientes»
Matilde, que trabajó en el Banco de Santander, cuando se jubiló a los cincuenta y tantos no colgó el sombrero sino que siguió trabajando: Ajuntament, Donantes de sangre -que fundó con Jeroni Albertí, «para mi, lo mejor que he hecho en mi vida-, llevar a Jerusalén, escrito en catalán, el Padrenuestro, y conseguir, a través de una monja, que figure con otros Padrenuestro, escritos en otras lenguas, en el Muro de las Lamentaciones, vestirse casualmente un día de payesa, dejarse que le hicieran una fotos, y verse luego -en esas fotos- en medio mundo y, sobre todo, dedicarse con los hermanos Rabasasa -y más gente- a la restauración de los molinos de Mallorca.
Pues que lo pases bonito, Matilde. Ha sido un placer conocerte.