El «Grand Voyager» despertó ayer, por primera vez en su historia, en el puerto de Palma. El barco de cruceros más rápido del mundo demostró en su travesía, que lo trajo a Palma desde Valencia, cómo es posible reunir en un crucero todos los alicientes necesarios para la diversión, el lujo y el glamour.
Una noche en alta mar que fue suficiente para convencer a más de 700 agentes de viajes de las ventajas de un barco de esas características. Para pasar la prueba, Iberojet e Ibatur trabajaron duro. Prepararon una gran fiesta para todos los pasajeros. Animación, buenos manjares, espectáculos y todo una serie de posibilidades para que nadie pudiera pronunciar la palabra prohibida: aburrimiento.
Comenzó muy temprano la fiesta, justo después de un simulacro de incendio. A las 20.30 horas la presentación del viaje precedió a la gran cena que congregó a más de 800 personas en los comedores del barco. A los postres, la sala se llenó de una multitud de personas para ver los espectáculos. El servicio del barco, tan atento como amable, estaba ya a pleno rendimiento. El ritmo de la noche lo pusieron un grupo de bailarinas, que representaron un vibrante número del mítico musical Cabaret y otro de salsa que puso las pilas al poco público que aún no se había sumado a la fiesta. Un humorista y animadores pusieron el resto.
Fue entonces cuando comenzó la fiesta en la discoteca, cuando aún se podía divisar a lo lejos la costa levantina a través de la enorme cristalera. La pista se llenó de jóvenes que imitaban los acertados movimientos de los animadores. Las barras completamente llenas. Las terrazas del «Gran Voyager» se convirtieron en coto privado de los fumadores. Los pasillos eran un puzzle conformado por personas de toda España. El crucero se convirtió en una macrofiesta de Caipirinhas y San Franciscos en medio del Mediterráneo, golpeado por olas que no lograron distraer a los agentes de viajes que quedaron encantados con una noche de fiesta en alta mar. Javier J. Díaz