Durante meses los periódicos y noticieros del mundo entero se llenaron de noticias -hoy sabemos que eran falsas- que pretendían justificar la intervención armada de la alianza occidental contra Irak. Había, desde luego, razones poderosas para entrar a saco en el país de Sadam Husein, pero ninguna de las que esgrimieron los países más fuertes de la tierra. Hoy hay razones más que poderosas para entrar a saco en Sudán, donde se están produciendo toda clase de horrores contra la población civil, y nadie parece demasiado interesado en el asunto, probablemente porque aquél no es un lugar estratégico para los intereses geopolíticos de los mandamases mundiales y porque allí tampoco hay recursos cruciales para el desarrollo económico mundial, como es el petróleo.
Así las cosas, mientras la ONU debate una y mil veces la conveniencia o no de dar un paso y los gobiernos del mundo prefieren mirar hacia otro lado, la población más vulnerable del país está viviendo inmersa en un infierno. ¿La causa? Las milicias «yanyauid» -al parecer en connivencia directa con el Gobierno de Jartum y el Ejército regular- llevan a cabo una sistemática limpieza étnica contra la que se han sublevado el Movimiento por la Justicia y la Igualdad y el Movimiento de Liberación de Sudán. La guerra, que dura un año y medio, ha causado diez mil muertos y 150.000 desplazados. El arma más reiteradamente utilizada por las milicias es la violación sistemática de mujeres y niñas, como estrategia que consigue, por un lado humillarlas y por otro que sus familiares, siguiendo la tradición, las repudien, con lo que la estructura social desaparece. Todo esto ocurre en pleno siglo XXI, las vidas de miles de seres humanos se han visto destrozadas y nadie parece tener interés en evitarlo.