En nuestro país casi nos habíamos acostumbrado a un paulatino bipartidismo que dividía las simpatías y los afectos entre el Partido Popular y el Partido Socialista, con una minoría de allegados a Izquierda Unida. Sin embargo, son muchos los partidos políticos que se presentan a estas elecciones, aunque prácticamente ninguno de ellos -a excepción hecha de los tradicionales nacionalismos periféricos- tiene posibilidad alguna de alzarse con un solo escaño.
Hay en este abanico de candidaturas ofertas de lo más variado, pero probablemente lo que más llama la atención son los constantes mensajes que recuerdan tiempos pasados: falangistas, carlistas, republicanos...
El himno de Riego, la bandera republicana, las alusiones al cristianismo, los símbolos propios de episodios cerrados ya de la historia española... nos saludan desde los espacios de publicidad gratuita que ponen a su disposición las televisiones públicas.
Sus exiguos presupuestos y el igualmente escaso auditorio que pueden convocar les impiden ofrecer mítines, colgar carteles o protagonizar vallas electorales.
Hay también entre estos pequeños partidos políticos representantes de ideologías más nuevas o, al menos, más progresistas, como los ecologistas y los pacifistas, que proponen programas de carácter social. En el otro extremo, quienes proclaman los «males» derivados de la inmigración, del Estado de Derecho, del Estado de las autonomías, de los nacionalismos y hasta de la existencia de otros idiomas que no sean el español.
Con la pretensión de captar el voto de quienes están desencantados, vienen a llenar los espacios que los grandes partidos no pueden llenar, unas veces por utópicos y otras por políticamente incorrectos.