No quisiera poner punto final a esta serie de relatos que a lo largo de la presente semana vengo haciendo de Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, puerta de la Antártida, a la que los indios yamanes llamaron así, Ushuaia, por ser ciudad situada al fondo de la bahía, sin citar sus sitios más atractivos, paso obligado de cualquier turista que la visite. Por lo que estoy viendo, de Mallorca, son más los que han estado allí, o que van a ir allí en fechas próximas, de los que imaginaba.
Pues bien, como Ushuaia se vende muy bien en el mundo como La ciudad del fin del mundo, casi todo lo que hay en ella lleva añadido El fin del mundo, comenzando por el diario local, Diario del fin del mundo, hasta el tren que usaban los presos para ir a talar árboles con los que caldear el presidio, llamado también Presidio del fin del mundo, en uno de cuyos espacios se conserva la réplica del faro que antaño estuvo en la isla de los Estados, a la salida del canal de Beagle, referencia de cualquier barco que navegara por aquellos mares, ya fuera rumbo a la Tierra de Fuego, isla inmensa de la cual Ushuaia es la capital, o Cabo de Hornos o Canal de Drake, antesala de la Antártida. En este faro llamado Faro del fin del mundo se inspiró Verne para escribir la novela del mismo nombre, llevada al cine hace 20 años, y que se rodó en el español cabo de Gata.
Además de recorrer parte del canal de Beagle por el que anduvo Darwin a bordo del velero Beagle, y visitar algunas islas donde se aparean pingüinos y lobos marinos, de Ushuaia hay que ver el glaciar Luis Martial, que se ve desde cualquier lugar de la ciudad, recorrer las galerías de la prisión, construida a principios de siglo con el fin de repoblar este territorio, a la sazón completamente deshabitado, y de paso conocer a algunos de sus presos más ilustres, entre los que, según se dice, estuvo Carlos Gardel cuando era un desconocido. En dicho lugar está tambien el museo naval, los restos de la locomotora y un vagón del tren en el que los presos iban a buscar leña, o se desplazaban a Ushuaia a trabajar, pues parte de sus calles las construyeron ellos, y el Parque Nacional, donde funciona una réplica del citado tren con el que se puede hacer parte del recorrido que hacían a diario los internos. Por lo demás, hay que disfrutar de sus asados, de sus ricos mariscos y, sobre todo, de la hospitalidad de su gente.
Pedro Prieto