Pocas veces tenemos la oportunidad de alzar la mirada a la altura
de los pájaros para ver la ciudad lejos del suelo. Pocas veces son
las que saboreamos la dulce brisa a la par que la magia de un
paisaje aéreo. Pocas veces nos escondemos en la suavidad de las
nubes para contemplar a hurtadillas la inmensidad del terreno
combinado con la pequeñez de sus rincones. Pocas veces pero
intensas. Triste manía la de los humanos que caminamos por las
calles de cualquier ciudad con la barbilla pegada al pecho y la
vista fijada en la lúgubre calzada, pensando en nuestras cosas, y
olvidando ojear por unos segundos la belleza de los edificios que
vamos encontrando a nuestro paso. No sólo es emocionante ver
nuestra ciudad a la altura real, sino que la emoción nos embarga
todavía más si nos convertimos en pájaros por unos minutos y
apreciamos desde las alturas la grandiosidad y la belleza del
paisaje, que cobra mayor dimensión y preciosidad en la penumbra de
la noche.
Espectáculo
A la Ciutat de la luz sólo acceden unos cuantos, los más
privilegiados, aquellos que, a bordo de un avión, aterrizan o
despegan de la Isla y contemplan el bello espectáculo de la luz en
armonía con el paisaje. Sin duda estos privilegiados convertidos en
pájaros, gracias a la tecnología del hombre, tienen una visión de
Palma bien distinta de la normal, donde todo se ve a ras de suelo.
Sólo las aves y algunos privilegiados tienen la oportunidad de
contemplar calles, plazas y edificios desde una perspectiva única,
difícil de olvidar, que nos daría una imagen global y, a buen
seguro, distinta de la que tenemos de nuestra Ciutat.
Esta belleza de la que hablamos, y que reflejan estas imágenes aéreas, se dignifica todavía más en meses anteriores y posteriores a la Navidad, en los que la ciudad despliega una iluminación especial propia de esos días de ilusión y magia. La Catedral, la Almudaina, el castillo de Bellver, el Parc de la Mar, el Paseo Marítimo, el dique del oeste y otros rincones de Palma renacen entre las tinieblas y se visten de luz que emana armonía para conquistar los ojos del espectador, que es envuelto por una nostalgia sin precedentes. Para los que no han podido todavía degustar este placer exquisito, sirvan estas imágenes aéreas como anticipo del bello espectáculo de la Ciutat de la luz, un lugar paradisíaco donde perderse para olvidarse de los problemas terrenales e imaginarse en el cielo de los dioses. La Ciutat de la luz, nuestra Palma de noche, es un rincón que nada tiene que envidiar a las ciudades más cosmopolitas del mundo.
S.Coquillat