El fin del Ramadán inicia para los musulmanes una época de placidez y reencuentro. Acabado el ayuno, la gente se retira a casa para celebrar una comida en familia, un festejo que se podría comparar con la comida de Navidad cristiana. Son días de paz y de sensibilidad. Normalmente el día más importante es el inmediatamente posterior al fin del ayuno, pero también se realiza una segunda fiesta. La gente se reúne en casa para comer y charlar. Se hacen numerosas visitas y los más pequeños y más necesitados reciben también regalos, en muchos casos ropa.
Los dulces son lo más reclamado por estas fechas (pasa lo mismo con los turrones cristianos). Los pasteles son los verdaderos amos de la mesa. Tienen en común con los dulces mallorquines que están hechos a base de almendra, un producto clave para todo el Mediterráneo. Durante los días de Ramadán -en horario preceptivo, fuera de ayuno- se suelen comer diferentes clases de dulces, como ebaghrir; eraghaif (trigo, huevos, harina, levadura, mantequilla y leche), la chebekia, un dulce de sésamo y miel; eslico, un alimento realizado a base de almendras, cacahuetes y otros frutos secos picados, y ebreuat, que son pastelitos con fruta dentro.
Karim Hanifi, camarero del restaurante Essalam, enseñó el surtido de pasteles para celebrar el fin del ayuno: Samsa, baklawa, dzteriate, cigale y djendjelnia. Alargados, triangulares, redondos, pero siempre con almendra, base indiscutible de este tipo de repostería. Hanifi asegura también que «uno de los platos más sabrosos que se hacen en familia es etajin, hecho a base de ternera, pollo, garbanzos y verduras».
T.Limongi/P.Prieto