Para los niños el circo siempre ha representado ese pequeño cosmos en el que todo es posible, hasta las cosas más insólitas. Algo así como el mundo de los sueños: ahí están la mujer que juega con enormes serpientes sin manifestar el menor atisbo de temor, el hombre que se impone al tigre, hermosas jóvenes que desafían las leyes naturales lanzándose al vacío desde sus minúsculos trapecios, el chico que domina el equilibrio, el payaso que ríe aunque tenga ganas de llorar...
El circo es eso. Y mucho más. Porque representa un modo de vida diferente, rebelde, alejado de las pautas que estamos acostumbrados a concebir. Las caravanas, los animales, los caminos, el destino incierto, los personajes fuera de serie, la ilusión de llenar de sorpresa la mirada incrédula y admirada de un niño. Ahora que el Circo Williams está en Palma ofreciendo su espectáculo en dos sesiones cada tarde hemos querido captar, no a esos increíbles personajes que nos dejan con la boca abierta, sino el efecto que sus acrobacias y malabarismos, sus desafíos y el riesgo que corren bajo la enorme carpa causan en el público.
Niños y niñas de todas las edades contemplan cada tarde el devenir de payasos, equilibristas, malabaristas, domadores, trapecistas, payasos... y en su retina se reflejan todas las emociones que un ser humano es capaz de manifestar. Miedo, alegría, sorpresa, emoción, congoja, suspense, respeto, ilusión, alivio y finalmente, satisfacción, tras haber compartido por unas horas uno de los pocos mundos distintos que aún conviven con nosotros.